El Apunte

Otro símbolo portuense que se derrumba

La muralla de Santa Catalina está ya al borde de su desmoronamiento y Costas sigue sin actuar

El Puerto avanza, cierto es. Ha recuperado gran parte del orgullo perdido y crece en lo urbano y lo turístico con el fin de alimentar la caja y poder abandonar la apatía en la que se sumió desde el comienzo de este siglo. No obstante, ... dos de sus símbolos más reverenciados, iconos de su paisaje, se desintegran de una manera lastimosa, con una decadencia que representa el reverso más triste de la ciudad.

Uno es el Vaporcito, que se descascarilla en pleno paseo fluvial, convirtiendo en polvo su esqueleto de madera y en ruinas el vigor de su dilatada historia. El otro es la muralla, la que da nombre a la playa, la que se erige cada vez menos orgullosa, a duras penas, en uno de los rincones paradisíacos de la localidad. En un Puerto Sherry que quiere revitalizarse, pero en su mirada al frente le devuelve un reflejo de un antiguo castillo hecho añicos.

No se pueden esconder. Especialmente este fuerte de Santa Catalina, con casi 500 años de historia que realmente se encuentran en grave peligro de desaparición. Y no es por ser alarmista. Poco a poco se va desprendiendo, se han derrumbado partes en fechas recientes por el embate de tormentas y temporales, y de momento lo único que se ha podido ver sobre el terreno es un letrero que pide precaución: peligro de desprendimiento.

Hemos vivido iniciativas ciudadanas para recaudar dinero e invertirlo en la reforma de este baluarte, por donde pasaron piratas y franceses, y nadie le hizo tanto daño como la dejadez. También planes y proyectos desde el Ayuntamiento y pasando por Costas, responsable de su mantenimiento. Fracaso rotundo. Hace justo un año, se hizo pública una futura inversión de millón y medio para acometer esas obras de reparación. Nada de nada.

Está incluido en la Lista Roja del Patrimonio de España, y de verdad que ruboriza su actual estado de decrepitud. Y, como el Vapor, también es un BIC, una catalogación que no parece repercutir positivamente en el mantenimiento de bienes históricos. Su gran problema es que, o se actúa pronto, o ya no se podrá actuar, porque en el momento en que este baluarte decaiga en su resistencia, ya no habrá vuelta atrás. Una tristeza, una desgracia, una tragedia, y que no coja a nadie por delante.

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