OPINIÓN

Dos borzois

La realidad supera a la ficción, e irremediablemente la historia vuelve a repetirse. La muerte violenta es el final de cualquier disidencia con el gobierno ruso

Londres, 22 agosto 1940 (TASS).- La radio londinense ha comunicado hoy: «En un hospital de la ciudad de México, murió León Trostki de resultas de una fractura de cráneo producida en un atentado perpetrado el día anterior por una persona de su entorno más inmediato». ... Así comienza la novela del escritor cubano Leonardo Padura 'El hombre que amaba a los perros' (Editorial Tusquets). Un encuentro casual en una playa de La Habana, cuando el amanecer amenazaba con clarear el día, entre un cubano desengañado y un extraño personaje, español con cierto aire soviético. Con dos galgos rusos, Ix y Dax, conocidos como borzois, como testigos ladradores. Esos que en otros tiempos fueron el emblema canino de los zares de la Rusia Imperial.

De Alma Ata (Kazajistán) a Estambul (Turquía), de Vexhall (Noruega) a Paris, un largo camino de exilio y persecución que termina siendo un acoso y muerte que finaliza en el México de Diego Rivera y Frida Khalo. Ese fue el triste periplo que tuvo que sufrir Liev Davídovich Bronstein, más conocido como Trostki, en su huida tras ser expulsado en enero de 1929, junto con su familia, del territorio de la URSS. El ideólogo de la mayor revolución social acaecida en el siglo XX se había convertido en un peligro para Iósif Stalin, el 'exterminador'. Ramón Mercader del Rio o Jacques Mornard, catalán de la más alta burguesía, fue adiestrado en Moscú para ser el largo brazo aniquilador con su piolet en ristre.

Cuentan que Trostki estuvo en Cádiz. Corría el otoño de 1916. Paseó por la calle Ancha y dio buena cuenta de las penurias económicas de la ciudad. De la fonda La Cubana pasó a hospedarse en el Hotel Roma. Probó con deleite nuestras tortillitas de camarones y, como lector compulsivo que era, frecuentó nuestra Biblioteca Provincial.

La realidad supera a la ficción, e irremediablemente la historia vuelve a repetirse. La muerte violenta es el final de cualquier disidencia con el gobierno ruso. Más pronto que tarde sus largos tentáculos inundan de horror cualquier rincón del planeta por alejado que parezca.

La muerte del opositor Navalni, en una prisión de alta seguridad, la más al norte y más fría del planeta, completa la lista interminable de los asesinatos cometidos por orden expresa de Vladimir Putin, con total impunidad. Yevguenin Prigoznin, Anna Politkovskaya, Alexander Litvinenko, Boris Berezouski, Kirill Zhalo, son sólo algunos de los nombres de las personas que han pagado con su vida el hecho de alzar la voz contra la política del miedo instaurada por Putin en la Federación Rusa. Una Constitución, manipulada a su antojo, le da plenos poderes e impide que ningún partido haya conseguido revertir ese poder zarista a la vieja usanza. La pantomima constitucional le otorga el mismo poder del miedo que ostentó Stalin. La literatura rusa está plagada de disidentes que con su pluma intentaron dar luz a la barbarie y revertir el totalitarismo sin conseguirlo, Dostóievski, Chejov, Solzhenitsyn. Ni siquiera el embargo económico de Europa y los Estados Unidos han conseguido hacer mella en Rusia. Cada vez se ve con más nitidez que la guerra de Ucrania está perdida.

El poder de Putin llega hasta Villajoyosa (Alicante), donde un desertor ruso ha sido acribillado a balazos. Su pecado unos papeles secretos, y sobre todo la disidencia.

¡No hay distancia para la venganza! ¡No hay lugar donde esconderse!

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