LA HOJA ROJA

Esto no es Carnaval

Pero también es verdad que la cantidad se está llevando por delante la calidad y que cada vez es más difícil aguantar -y lo digo así, aguantar- una sesión completa de preliminares

Yolanda Vallejo

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El runrún está en la calle, y ya se sabe que, cuando el río suena, agua o piedras lleva. Que somos pocos -cada vez menos- y nos conocemos de toda la vida y que, todo lo que sube baja y que más dura será la caída. Ya ve, cuatro líneas y ni una sola idea, porque tirando de refranes, de frases hechas y de tópicos también se puede tener una conversación. De eso sabemos mucho por aquí, que se lo digan al Morera, que nos explicó mejor que nadie cómo se saluda la gente en Cádiz, utilizando apenas dos palabras. Y es que, a buen entendedor, pocas palabras le hacen falta.

José Manuel Ramón, Pichili, en sus redes sociales lo ha resumido perfectamente: «Antes la gente respetaba al Falla. No al público, al Falla» y en esta especie de sentencia apocalíptica están resumidas todas las grandes verdades de este concurso nuestro que cada vez se parece menos a nosotros.

Verá. A riesgo de que me lapiden -porque siempre habrá alguien que se sienta libre de pecado y que esté dispuesto a tirar la primera piedra, me aventuro a decir que al concurso oficial de agrupaciones carnavalescas, vulgo COAC, tal y como está concebido ahora, le quedan dos telediarios. Y no lo digo solo yo; voces mucho más autorizadas que la mía llevan tiempo señalando las debilidades del concurso, lo hizo Juan Carlos en su momento, Manolo Santander, Martínez Ares… «nos estamos cargando el invento», decía la otra noche Vera Luque, que este año, como ya sabe, no concursa, como tampoco lo hacen algunas de las agrupaciones más esperadas en nuestra ciudad, y no solo por cansancio o por desidia, sino por razones que, tal vez, trascienden a la propia organización del concurso y que tienen más que ver con algo que flota en el aire y que pocos se atreven a señalar.

Que hace mucho que nuestro concurso transcendió los límites de nuestra pequeña aldea gracias al trabajo de los medios de comunicación y al uso de las redes sociales es algo que usted sabe tan bien como yo. Que hay aficionados en Socuéllamos o en Correpoco que nos dan veinte mil vueltas y que se saben el repertorio completo de agrupaciones de las que ninguno de nosotros guarda memoria, es seguro. Que la expectación que se ha creado en torno a la casa de los ladrillos coloraos y al ritual de besar el telón y a esa cosa iniciática de pisar las tablas del teatro es algo que ya no es patrimonio exclusivo de los gaditanos también es cierto. Pero también es verdad que la cantidad se está llevando por delante la calidad y que cada vez es más difícil aguantar -y lo digo así, aguantar- una sesión completa de preliminares, y no porque las agrupaciones traigan mal repertorio o porque canten mal -que también- sino porque todo es tan «correcto», tan «afinado» y tan plano, que cantan mucho, pero cuentan poco. Y de contar, de decir, de señalar, de criticar, de denunciar es de lo que va el Carnaval, por si todavía alguien no se había enterado.

Los culpables, quizá, haya que buscarlos en casa, porque fuimos haciendo concesiones casi sin darnos cuenta. Primero dejamos a un lado los temas locales para que se entendiera más allá del Río Arillo -y para que el ayuntamiento de Palomares, por poner un ejemplo, nos hiciera un contrato-; luego caímos en las redes de la corrección y fuimos tachando de los repertorios todo aquello que fuese sospechoso de ofender a las legiones de ofendidos que dominan el mundo, autocensura lo llamábamos como si lo de «auto» rebajara la reprobación. Ni suegra, ni parienta, ni cabeza, ni chino, ni cojo, ni animales, ni nada por estilo se podía llevar al teatro para no dar mala imagen, convirtiendo los repertorios en algo más parecido a un concierto de Hakuna que a una chirigota de Juan Rivero. Todo lo dábamos por bueno por las audiencias y por la venta, en apenas horas, de todas las localidades de todas las sesiones del concurso, y nos olvidamos de lo esencial, de bajar el telón cuando el público -que antes era soberano y ahora es esclavo del teatro- así lo pedía, de hacer crónicas sin miedo, de decir qué es bueno y qué no lo es… porque todo el mundo tiene derecho a cantar en el Falla, todo el mundo tiene esa «ilusión» y todo el mundo se siente capacitado para crear un repertorio -plano casi siempre-, ponerse un gorro y traerse a la familia para que se parta la camisa, la garganta y las manos al grito de «chirigota» o diciendo eso de «esta comparsa me gusta» porque lo ha visto en la tele y cree que es lo más apropiado cuando canta el cuñado de su colega.

Y no se crea que el problema está en la cantidad, no. Por haces una comparativa, en el año 2000 concursaron 35 chirigotas frente a las 41 de este año, y 15 coros frente a los 13 que participan en esta edición. No es una cuestión de cifras, sino de letras. Y ahí es donde nos hemos perdido, donde hemos perdido. El COAC necesita una reforma y de manera urgente. No solo se trata de hacer una preselección o de modificar los horarios, ni siquiera de cambiar el sistema de venta de entradas porque el teatro se llena siempre, pero como dice Vera Luque «todo lo que tiene audiencia no tiene por qué ser bueno», o profundizando más, todo lo que tiene audiencia no tiene por qué ser carnaval.

Y estas preliminares están demostrando que no lo son. A ver qué pasa.

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