Opinión

Salud

«Salud para todos, y más especialmente para aquellos que más la necesitan porque la suerte los abandonó»

Antonio Ares

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Aquel barrio no era el más grande de la ciudad, pero sí de los mejores ubicados. Sus calles estrechas y algo sombrías se veían engrandecidas e iluminadas por el salero y la gracia de sus gentes y la resistencia innata de los que han aprendido a vivir con lo justo. Su situación era tan precisa que lo posicionaba entre el poder terrenal más cercano al ciudadano y el divino más celestial. En los prolegómenos de la Navidad, al caer la tarde, los sones de algunos locales y accesorias de planta baja, destilaban ecos de zambombas y flamenco antiguo y festero.

Los almacenes del desavío ya hacía días que habían instalado en sus mostradores las pequeñas cestas navideñas con grandes pretensiones del mejor ibérico, destilados de medio pelo y dulces variados. Al lado un folio DIN A2 con cien cuadrículas. Por dos euros la apuesta el tablero se iba rellenando con nombres y apodos de la parroquia habitual. Tentar la suerte en el sorteo de la Lotería de Navidad se entendía con la compra de algún décimo suelto y participaciones de cofradías y peñas flamencas. Hacía años que la única correspondencia que recibían sus vecinos eran las facturas de la luz y el agua. Apurando los plazos formaban colas en entidades bancarias, de otros barrios, para evitar los cortes de suministro. Los bancos y cajas de ahorro habían huido por miedo a los impagos. Que alguien tuviese domiciliado el alquiler de su vivienda era una auténtica rareza. Aquella mañana húmeda de diciembre todo el barrio era un consternado clamor.

En menos de una semana se produciría el desahucio de una de sus vecinas. Madre de dos hijos no podía hacer frente al alquiler. Las promesas incumplidas de los servicios sociales municipales y la necesidad imperiosa de un propietario en paro los condenaban a la calle. En pocas horas, a las puertas de la vivienda, empezaron a llegar vecinos. Algunos ofrecían su ayuda en forma de alimentos, otros una habitación donde poder alojarse. Los más le regalaron participaciones del sorteo por si tocaba. Hubo incluso alguien que le entregó un sobre cerrado con el equivalente a más de tres de alquiler, pensando que con eso podrían saldar parte de la deuda y paralizar lo inevitable.

Ella, con lágrimas en los ojos, agradecía una a una a todas las personas que le ofrecían ayuda. Su frase más usaba para demostrarlo era «mientras Dios me dé salud, seguiré luchando, por mí y por mis hijos». Ella no sabía que la salud no es cuestión de suerte, mucho tiene que ver con el lugar donde naces y donde vives. Apenas dos calles más allá, franqueando una muralla y un torreón, había vecinos que gozaban de mejor salud y de una suerte no buscada. Allí no había desahucios y en todos los sorteos llevaban números ganadores.

Ayer fue el día de la suerte, hoy es el día de la salud. Salud para todos, y más especialmente para aquellos que más la necesitan porque la suerte los abandonó.

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