OPINIÓN

'Probe' infancia

Con 2,3 millones de niñas, niños y adolescentes pobres de solemnidad, sitúan al país a la cabeza de la Unión Europea, sólo por detrás de Bulgaria

«A pesar de sus cortas edades, y de tener lúcidos sus conocimientos, habían vivido más de lo que se podía esperar de su infancia. Teresita y Mario tenían una mirada tierna de la realidad, pero a la vez de una desesperación impropia de aquellos ... que tienen toda la vida por delante. Su madre no paraba de trabajar por horas en casas ajenas, hacía lo que podía. Su padre era el eterno ausente, siempre se le esperaba, pero casi nunca llegaba. Mario y Teresita tenían un gran dilema, a ambos les gustaban las vacaciones, la playa y las largas tardes de verano, pero no había comedor escolar. En casa se tenían que conformar con un escuálido desayuno y un aún más escueto almuerzo, la cena siempre quedaba en suspense. Durante el invierno podían comer caliente en el comedor escolar. El menú era mejorable, pero cubría sus necesidades. Pero el frio no les gustaba. En estos días invernales, a pesar de ir a la cama con la sudadera puesta, el norte pelón se colaba por las rendijas de las ventanas. En la casa había un radiador, pero no se podía poner. Según su madre, disparaba la factura de la luz. Entre el dilema de pasar frio o comer caliente se les pasaban los mejores años de su vida».

Los datos de pobreza infantil en España son demoledores. Con 2,3 millones de niñas, niños y adolescentes pobres de solemnidad, sitúan al país a la cabeza de la Unión Europea, sólo por detrás de Bulgaria. Las carencias van desde lo nutricional (fruta y verduras frescas, carne y pescado) a lo material (ropa nueva o zapatos adecuados a cada época del año), de lo educativo (disponer de libros adecuados para su edad o de un espacio para estudiar) a tener cubiertas las necesidades de ocio (poder realizar actividades al aire libre o poder celebrar acontecimientos especiales, como fiestas infantiles) o poder ir de vacaciones unos días.

Está demostrado que la pobreza estructural en la infancia es contagiosa, y se hereda, al menos, durante dos o tres generaciones. La falacia del ascensor social es la quimera de los que gobiernan sin dar soluciones al problema más grave de nuestra sociedad. La vulnerabilidad está en las edades extremas de la vida. La crueldad con la infancia tiene un plus de perversión que nos hace renegar de nosotros mismos.

En estos días se ha estrenado la película «La voz de Hind», León de Plata en Venecia, de la directora de cine tunecina Kaouthler Ben Hania. Dolor y muerte infantil en estado superlativo.

Velar por las generaciones futuras debe ser nuestra meta más loable.

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