OPINIÓN

Ellas

Se pierde la filosofía de los Centros de Educación Permanente, y se da de lado a su importante labor social e integradora de colectivos que no tuvieron su oportunidad educativa

Antonio Ares

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De pequeña era risueña, vivaracha y curiosa. El paso de los años no mermó un ápice su alegría de vivir ni sus ganas de aprender. Ajena a las miserias de los años cincuenta, su familia se sacrificó para que acudiera a una 'amiga', ese prolegómeno ... de lo que ahora es la educación infantil. Su paso por la escuela fue tan brillante que, cuando salió para trabajar a pesar de su corta edad, la maestra le dijo a su madre: No la saque de la escuela, la niña tiene ganas de aprender y promete. La precariedad de la economía familiar no lo hizo posible. Después vino el servir y el coser por cuenta ajena, todo por un mísero estipendio. Con su noviazgo y su boda, y la familia que formó, cumplió con los cánones establecidos. Podría decirse que era feliz, pero las ganas de saber nunca le fueron saciadas como hubiese sido su deseo. Siempre fue de escuchar radio y de lecturas a su manera. Estaba bien informada sobre todo lo que ocurría dentro y fuera de nuestras fronteras, y tenía una opinión acertada de todos los acontecimientos. Con los familiares lejanos mantuvo una relación epistolar frenética. Las cartas eran como un diario de vida en el que daba cuenta de todo lo que acontecía a su alrededor. Ahora, con sus nietos granduñones, se le brindaba la oportunidad que en su juventud le fue negada. A sus más de setenta años podía acudir a una escuela para adultos, podía participar en la universidad de mayores. El devenir del tiempo le brindaba una nueva oportunidad para aprender.

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