OPINIÓN

¡Cuánto dolor!

La suerte casi siempre es esquiva, pero la fatalidad a veces nos planta cara

Antonio Ares

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Cuenta la leyenda que hace más de mil quinientos años se reunieron, en la antigua Persia y al calor de una hoguera una fría noche de invierno, tres filósofos para discutir cuál era la mayor tristeza y el dolor más intenso que podría sobrevenirle al ser humano. No el dolor físico, casi siempre mitigable, no la tristeza superficial y melancólica, sino la del alma profunda, esa que nos invade y agota para siempre. El filósofo griego opinaba que era la de llegar a la edad avanzada sumido en la pobreza. Su colega hindú optaba por la enfermedad del cuerpo sumida en grandes desórdenes mentales. El persa apostó por llegar a la vejez sin haber practicado nunca la virtud. El sentido de la vida, la trascendencia de la muerte y el malvivir de la tristeza y la melancolía, son de los temas más tratados por los filósofos de todas las épocas, creencias e ideologías.

Contaba el filósofo francés de la Edad Media Michel de Montaigne que la mayor desgracia se desata cuando vemos el dolor y la pesadumbre en nuestros hijos. Ese efecto espejo aumenta la percepción de la desgracia de manera multiplicadora, la relatividad de lo ajeno, pero de nuestra sangre, magnifica el sufrimiento hasta hacerlo insoportable.

Dicen que en el mundo digital todo son nada más que titulares. Apenas veinte palabras, a veces ni siquiera dos renglones, es lo único que llama nuestra atención. A ello hay que sumar la fragilidad del olvido permanente a la que nos enfrentamos. Josep María Esquirol cuenta en su obra «La resistencia íntima» que la actualidad no tiene grosor, es plana; plena pero plana. El mundo de la información engulle al mundo material y al de los cuerpos. De tanto insistir en las desgracias cotidianas, de tanto colmatar nuestras mentes de guerras, desgracias, dolor y muerte, nuestra memoria de fijación se vuelve etérea, tan efímera que en pocos días el olvido se impone. Algo tan unido de manera inseparable a la vida como es la muerte está fuera de agenda. Sólo cuando nos zarandea de cerca, por corto espacio de tiempo, somos capaces de comprender nuestra finitud.

En corto espacio de tiempo estamos asistiendo a un auténtico muestrario de dolor, horror y sufrimiento. Por un lado la Madre Naturaleza no para de vengarse con los más débiles. En nombre de antiguos imperios de ignominia y de religiones de infamia la codicia humana siembra la muerte sin ton ni son. La huida hacia un mundo mejor termina en todo un corolario de trampas mortíferas. Y nos queda el sufrimiento del azar. Ese que te sitúa en cualquier sitio pero en el momento aterrador. Cuanto más cercano es el dolor más intenso es el sufrimiento. ¿Cuántas notas del violín se habrán quedado huérfanas?. ¿Cuántos arpegios de esa guitarra clásica no volverán a sonar?. ¿Cuántas compras quedaran solas en ese carro que nunca más rodará por la acera?. ¿Cómo la muerte se habrá anticipado a vocaciones de enfermería?. ¿Cómo volver a coger un volante se convertirá un auténtico calvario?.

La suerte casi siempre es esquiva, pero la fatalidad a veces nos planta cara.

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