OPINIÓN

Una chilena

Nada de esto hubiera ocurrido sin el beneplácito y la complicidad de los de siempre, Estados Unidos

Antonio Ares

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No sólo de futbol vive el hombre, ni tampoco la mujer. La reentré otoñal, esa que se nos avecina y viene cargada de buenos propósitos, nos propone un inicio del curso de lo más futbolero. El argot del balompié ha impregnado tanto nuestra existencia que no existe término futbolístico que haya acaparado todas y cada una de las facetas de nuestra existencia. En lo económico el Gobierno intenta driblar la oferta de compra de un gran pico del accionariado de Telefónica por parte del Gobierno Saudí. En lo político Puigdemont intenta marcar un gol por la escuadra izquierda, precedido de una falta de tarjeta roja que no ha visto en VAR, al Gobierno en funciones. En lo mediático el FC Barcelona regatea con malas intenciones fiscales para hacerse, según dicen, con un sitio en la alineación de la Bolsa de Nueva York. Hasta en lo religioso, tenemos la mano de dios de Diego Armando Maradona.

En la cancha, en el rectángulo de juego, todos son pelotero, y algunos pelotudos. Su terminología es digna de diccionarios deportivos. Todos los términos y acepciones tienen su doble sentido. Regate, pared, cachita, paradiña, desmarque, caño, autopase, sombrero, rabona, finta, esquivar, túnel, vaselina, bicicleta, croqueta, cola de vaca.. Y nos queda el paradigma del gol adornado, del tanto que desea marcar cualquier jugador o jugadora, «La chilena».

En estos días se conmemora el quincuagésimo aniversario del asalto a La Casa de la Moneda en Santiago de Chile, en el que resultó muerto el presidente electo democráticamente Salvador Allende. El maldito destino infernal, al que llevó a Chile el dictador genocida Augusto Pinochet, quiso que el centro de tortura y muerte fuera un estadio, el Estadio Nacional. En las mentes de los allí detenidos de manera injusta resonaban los goles en forma de balas y los penaltis de tortura tenían el color rojo sangre. Esas gradas rebosantes de camisetas multicolores se convirtieron en ángeles exterminadores. En estos días el Supremo de Chile ha confirmado las condenas de los asesinos del cantante Víctor Jara, símbolo de la resistencia golpista. Aquí, tarde como siempre, se va a aprobar la retirada de la Gran Cruz al Mérito Militar que le fue concedida por el franquismo en 1975 al genocida chileno.

Nada de esto hubiera ocurrido sin el beneplácito y la complicidad de los de siempre, Estados Unidos. La CIA y el Departamento de Defensa de EE UU estuvieron detrás de ese derramamiento de sangre, que tuvo efectos de contagio un año después en Uruguay y en Argentina en 1976. En estos días se ha repuesto en TV2 la laureada película de Costa-Gavras «Missing», con la magistral interpretación de Jack Lemmon y Sissy Spacek. En ella se cuenta la desaparición y muerte de Charles Horman, ciudadano americano ejecutado a los pocos días del golpe de estado.

Y detrás de toda esta barbarie un Premio Nobel de la Paz, Henry Kissinger. Como escribe Antonio Muñoz Molina «Y aunque Kissinger sea un viejo galápago de cien años no disminuye nuestro desprecio hacia él».

Siguiendo el ejemplo de Chile, en nuestro país aún quedan por marcar muchas chilenas pendientes en cunetas y fosas comunes.

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