OPINIÓN

Brotes

Sobrevivir a las condiciones de clima extremo que nos esperan se va a convertir en una necesidad imperiosa de la que seguro se llevaran la peor parte los más vulnerables

Antonio Ares

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Desde siempre supimos que brotar era sinónimo de vida. Un querer y si poder que, de forma casi mágica, transforma lo más insignificante en algo grande. No hacía falta la grandilocuencia de la ostentación, ni la majestuosidad de aquello inalcanzable, para comprender que de su pequeñez surgiría la existencia en todo su esplendor. El hechizo primaveral ponía a cada uno en su lugar. Los árboles verdeando sus ramas otrora secas, los frutos reventones de dulzor hacían alardes saludables y las flores multicolores ocupaban hasta donde alcanzaba la vista. El rigor de las estaciones era tan de reloj que era imposible el retraso, ni siquiera un segundo. Todo estaba tan sincronizado que cumplía con un cálculo matemático a prueba de cualquier adversidad intemporal. Tres actores se conformaban en la escena para el gran espectáculo vital. El astro rey, presente hasta el gran apagón. La tierra, tan terrenal como el paraíso. Y el agua tan necesaria como sustancial con la vida.

Por desgracia esos brotes verdes pasarán a ocupar un espacio en el epistolario de nuestros recuerdos, un paraje yermo y devastado le servirá de postal.

Sobrevivir a las condiciones de clima extremo que nos esperan se va a convertir en una necesidad imperiosa de la que seguro se llevaran la peor parte los más vulnerables, social y económicamente. Cada año, en nuestro país, son miles las muertes atribuibles a los efectos de las temperaturas de calor extremo. La falta insistente de lluvias, el uso abusivo de las extracciones de aguas subterráneas, y las temperaturas extremas ponen en jaque, no sólo al entramado económico y social de nuestros pueblos, sino a la vida de sus habitantes. La España vaciada y la desertización van de la mano. Según la AEMET (Agencia Estatal de Meteorología) nos esperan tiempos difíciles. La desidia de todas las administraciones y la falta de compromiso político de cualquier color nos han dejado sin recursos para afrontar esta desertización. Ahora, que con tal de no hacer pagar impuestos a la Iglesia Católica se les han condonado a todas las confesiones habidas y por haber, es el momento de elevar plegarias al Dios de la Lluvia. Los expertos en cabañuelas se han olvidado de las formas de las nubes, de las brisas de los amaneceres y atardeceres, de los movimientos alados de los insectos y artrópodos y de las nieblas matutinas del mes de agosto. Los zahoríes han cambiado sus ramas secas, premonitorias de aguas subterráneas, por papeles secantes. Según los expertos el 74 % del territorio español es susceptible de acabar desertizado. Las sequias son cada vez más prolongadas, los humedales están secos y los cultivos de regadío extensivo terminaran por agotar, no sólo las aguas superficiales, sino también las subterráneas.

Como una maldición premonitoria, unos bárbaros negacionistas han robado el paraguas de la fuente y han destrozado la escultura de Los Niños del Parque Genovés. Seguro que su destrucción es el augurio de la falta de lluvias a la que nos enfrentamos, del desierto que nos espera.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación