OPINIÓN

Banderas y Cachivaches

Ante tanta sequía.. ¡Por fin se han atrevido a cortar el agua de las duchas de las playas!

Antonio Ares

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Hubo un tiempo en el que ir a la playa en verano era un brindis de contacto con la pura naturaleza. Acudir a ese espacio virgen, pero urbano, colmatado de arena fina y blanca era todo un reto juvenil. El sol y el agua de mar pugnaban por expandirse por tu piel y tus sentidos. Las ganas eran tan tempraneras que las claras del día se convertían en la señal para iniciar el corto camino. Bañador, camiseta, chanclas o gargagitos… y a lo sumo una toalla, algo descolorida del año anterior. Nada más llegar, y dependiendo del estado de la marea y de los vientos dominantes, la ubicación de los pertrechos se situaba al resguardo del levante o al socaire del poniente. Las sombrillas, carritos y neveras de última generación, eran cachivaches raros que causaban sorpresa entre el público playero. El chiringuito, con techo de cañizo, era territorio exclusivo de Romualdo, que con su valdepeñita fresquito degustaba tortillas con sabor a sardinas. Las únicas banderas que ondeaban eran las rojas y gualda de los Castillos que flanqueaban la playa. La única megafonía instaba a que los jóvenes nadadores se bajaran de las barcas varadas en la canal.

El origen de la palabra bandera se considera de etimología germana «francón bind» (cinta, lazo). Pasó al español a través del idioma romance con la forma de «banda». La banda o bandera era el estandarte o emblema de un grupo de personas. Es aquella insignia que representa un bando, y se puede considerar como el gótico «bandwo» o estandarte. Ahora la idoneidad para el baño ondea en rojo, amarillo y verde. El rango añorado de la categoría suprema de aptitud para el baño es de color azul, y se convierte en el ansiado marchamo de todo municipio costero.

Calidad del agua, servicios varios, duchas, lavapiés, vigilancia, megafonía, rampas, tumbonas, sombrillas de diseño, socorristas, y todo un largo etcétera convierten a esa marca en algo tan artificial que deja de ser un entorno natural para convertirse en un parque acuático a pie de playa. Basta con situarse a la entrada de cualquier playa y observar la pasarela de objetos de lo más variopintos. Sombrillas con filtros UVA, carros novedosos colmatados con ingeniería Tetris, ruidosos aparatos de música atronadora, sillas con ruedines y asas, artilugios diseñados para cubrir todas las necesidades de una larga jornada playera. Ir a la playa sin cachivaches se ha convertido en una rareza digna de espacios urbanísticos caleteros.

Según la RAE un cachivache es algo roto o inservible, o simplemente un utensilio poco útil o de aspecto extraño. Se ha perdido el placer por lo natural y agreste. Las comodidades imperan por encima de lo natural. Estar a orillas del mar y no impregnarse de agua salada es artificial. Pensar que ese entorno debe ser un lugar cómodo y con todo tipo de servicios es de insensatos.

Ante tanta sequía.. ¡Por fin se han atrevido a cortar el agua de las duchas de las playas!

¡Viva el salitre!

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