¡Viva la Diada!

¡Viva la Diada verídica y muera la vil manipulación inventada por el separatismo!

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Un joven comprando una rosa en la Diada Inés Baucells
Juan Manuel de Prada

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Dice mucho del espíritu indómito y a la vez sufrido del pueblo catalán, siempre leal a las causas que defiende, que haya elegido –entre todos los hechos gloriosos que jalonan su historia– una derrota como fiesta. Y dice mucho del impulso vil y manipulador del separatismo la tergiversación que ha hecho de tan magnífica derrota, para convertirla grotescamente en un episodio de una lucha fantasmagórica de Cataluña contra España.

Lo ocurrido en Barcelona el día 11 de septiembre de 1714 no puede comprenderse si no atendemos a las vicisitudes de la Guerra de Sucesión española. Después de que Felipe V jurara en las Cortes de Barcelona las leyes e instituciones catalanas, Holanda e Inglaterra declararon la guerra a Francia y España. Fue entonces cuando el archiduque Carlos de Austria reivindicó sus derechos a la Corona española, entrando en Barcelona como Rey en 1705; y los catalanes tomaron partido por su causa, engolosinados por las promesas ventajosas que les hacían ingleses y holandeses. Al año siguiente, los gabachos lanzaron un asalto contra la Ciudad Condal que se saldó con un fracaso; y los barceloneses erigieron, en acción de gracias por la victoria, un monumento a la Inmaculada Concepción de María. ¿Hay una forma más orgullosa y brava de declararse español que erigir monumentos a la Inmaculada, cuando la Iglesia aún no había reconocido este dogma?

Pero la causa del archiduque Carlos flojeará con los años, hasta que en 1713 se firma el tratado de Utrech, por el que Inglaterra y Holanda reconocen a Felipe V como Rey, a cambio de llevarse algunas tajadas de nuestra soberanía. En junio de ese mismo años, los muy felones pactan la entrega de Cataluña a Felipe V; pero la Generalitat de Cataluña acuerda proseguir la guerra y mantener su lealtad al archiduque Carlos, renegando de los herejes traidores que hasta entonces se habían disfrazado de aliados. Mientras las tropas borbónicas la asedian, Barcelona, en señal de penitencia por haber confiado en semejante chusma herética, hace votos solemnes de rezar perpetuamente el rosario en sus plazas, impetrando el perdón divino. Y, con españolísima gallardía, aplica el refrán («A Dios rogando y con el mazo dando»), para presentar enconada resistencia a los asaltantes, que fracasaron en varias intentonas de tomar la ciudad.

En la víspera del asalto definitivo a la ciudad, el Consell del Cent, órgano de gobierno de Barcelona donde estaban representados todos los gremios y estamentos, decide resistir hasta la muerte, a la vez que ordena la celebración de quinientas misas y la exposición del Santísimo en todas las iglesias que no corriesen riego de ser bombardeadas. Rafael Casanova, Conseller en Cap del Consejo, proclamará entonces un pregón en el que puede leerse: «Todos los verdaderos hijos de la patria, amantes de la libertad, acudirán a los lugares señalados, a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida por su Rey, por su honor, por su patria y por la libertad de toda España». Y aferrado el pendón de Santa Eulalia, patrona de Barcelona, Casanova peleará heroicamente, en compañía de otros muchos patriotas barceloneses, hasta caer herido. No murió aferrado a la bandera cuatribarrada, como la leyenda separatista pretende, ni luchó por la independencia de Cataluña, sino en defensa del rey que juzgaba legítimo, y por la libertad de España, que consideraba sojuzgada por la dinastía borbónica.

El 11 de septiembre de 1714 los catalanes hicieron lo que más tarde harían en todas las luchas contrarrevolucionarias que mantuvieron contra el gabacho, así como en las guerras carlistas: luchar, en nombre de España, por el mantenimiento de sus tradiciones. ¡Viva la Diada verídica y muera la vil manipulación inventada por el separatismo!

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