Editorial ABC

Viernes electoralista en La Moncloa

El precio de esta temeridad ya lo conocemos, porque es el que Zapatero endosó al PP en 2011: es el incremento del déficit público y de la deuda, el descenso de inversiones productivas y el aumento del desempleo y la presión fiscal

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La terminación de esta legislatura es una liberación para la sociedad porque pone fin a una experiencia política anómala: un presidente de Gobierno que ha llegado al poder con el voto de partidos golpistas y filoetarras. Nunca llegaron tan alto los enemigos de la Constitución y de la democracia, ni tan bajo la Presidencia del Gobierno. Pedro Sánchez está dispuesto a repetir el drama de estos pactos antinatura si los resultados de las elecciones de 28 de abril no le permiten gobernar en solitario. La palabra de Sánchez vale tanto como él ha querido que valiera. Dijo que con los independentistas, ni a una moción de censura, y fue. Prometió elecciones inmediatas tras la moción de censura, y no las convocó. Los golpes de moderación que ahora se da Sánchez en el pecho son el teatro preelectoral que necesita para blanquear su imagen política. Su apego es una cuestión personal que no conoce límites, y buena prueba de esta actitud es la predisposición del Gobierno a legislar con un Parlamento disuelto mediante real decreto-ley, cuya finalidad es, en términos políticos, financiar la campaña electoral del PSOE con cargo a los fondos del Estado y comprometer mucho gasto «social», sin reparar en cómo se va a financiar ni en el daño que va a causar a la estabilidad financiera. No hay en el Gobierno contención democrática ni ética al abuso de una potestad legislativa reservada constitucionalmente para situaciones de urgencia. El Consejo de Ministros ha sido sustituido por el comité electoral del PSOE.

El precio de esta temeridad ya lo conocemos, porque es el que Zapatero endosó al PP en 2011: es el incremento del déficit público y de la deuda, el descenso de inversiones productivas y el aumento del desempleo y la presión fiscal. Europa ha avisado al Gobierno del riesgo de descontrol del déficit. Esta senda del populismo económico conduce a España de nuevo a la crisis económica. La clave del 28-A no es tanto cómo funcionen los trasvases de voto entre partidos, sino la disposición de los votantes a no dejarse cautivar por este neocaciquismo que el Gobierno va a exhibir cada viernes hasta las elecciones.

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