Venezuela, otra Cuba en el Caribe

El apoyo internacional que está recibiendo el presidente legítimo de Venezuela, Juan Guaidó, es una muestra de que el final de la dictadura es ya inevitable. Sin embargo, como se ha podido comprobar en las últimas semanas, este aliento diplomático no es suficiente, ya que el sátrapa de Nicolás Maduro dispone todavía del apoyo de la cúpula más corrupta del Ejército y de las dictaduras y gobiernos autoritarios más relevantes del mundo, empezando por la Rusia de Vladímir Putin.

Sería un error imperdonable que los gobiernos que han reconocido a Juan Guaidó se olviden del drama que siguen padeciendo los venezolanos, sumidos en el peor episodio de hambre y delincuencia que se recuerde en un país de la región. El crimen perpetrado por Nicolás Maduro al impedir por la fuerza la entrada de la ayuda humanitaria no puede quedar impune ni ser olvidado. Y mucho menos si se atreviese a encarcelar a Guaidó cuando este regrese a Caracas, como ha dicho que hará.

El debate sobre la conveniencia o no de forzar la caída de Maduro con una intervención militar es razonable. Todo el mundo tiene presentes ejemplos en los que esta opción se ha traducido en un fracaso, como en Irak o en Libia, pero también el de Kosovo, en el que se invocó un nuevo derecho de «injerencia humanitaria» para justificar el ataque a Serbia. No es baladí el hecho de que Maduro haya confiado su protección a Putin, que ha encontrado una segunda «cabeza de playa» en la zona. Nadie desea un conflicto militar que solo serviría para infligir un nuevo e insoportable castigo a los venezolanos. La presión del mundo libre, sin embargo, debe superar la fase de la diplomacia de guante blanco, una espiral que refuerza a Maduro mientras construye y blinda su definitiva versión de la tiranía cubana.