Ignacio Camacho

La urna cargada

Sólo una sociedad enferma de sinrazón puede considerar que lo de esta mañana es una manifestación de democracia. Pero si eso sucede es porque el Gobierno ha permitido que suceda

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Ignacio Camacho

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Fue un desparrame en sentido literal. El momento más glorioso de la mañana lo ofreció una de las teles que competían por ofrecer en directo el golpe de Estado. Un comando de la independencia portaba a primera hora una de las urnas votivas donde había de desarrollarse la ceremonia de la emancipación. Jaleaba la turba a sus héroes cuando se produjo no sé si un tropezón o un forcejeo. El caso fue que el contenedor chino cayó al suelo, rompiéronse las bridas de colorines del supuesto precinto y…oh, milagro, desparramáronse unos cientos de papeletas por el suelo. La urna venía de casa, como los tuppers del almuerzo, cargada de votos ya preparados para certificar la victoria del pueblo.

Con esa imagen, sólo con esa imagen, cualquier Estado habría ganado la batalla propagandística del falso referéndum . Si no bastase, claro, el censo universal, la ausencia de junta electoral y de interventores o el cierre de la mayoría de colegios. Si no bastase que los dos principales organizadores de la charlotada tuvieron que votar en un sitio que no les correspondía en su propia distribución censal. Pero para publicitar la desvergonzada crudeza del simulacro hace falta un Gobierno capaz de entender que era ése, el publicitario, el marco mental en el que se disputaba el duelo. La urna precargada tenía que haber sido el minuto de oro distribuido a todas las televisiones del planeta. Y en lugar de eso lo fueron los conatos de carga policial, las barreras humanas ante la Guardia Civil o los piquetes de activistas que escenificaban la presunta revolución del pueblo cautivo. Un golpe transmitido por los golpistas en canales de TV regalados por sus opresores.

Sólo una sociedad enferma de sinrazón puede considerar que lo de esta mañana es una manifestación de democracia. Pero si eso sucede es porque el Gobierno ha permitido –en tanto que no lo ha podido o querido impedir—que suceda. Porque las autoridades rebeldes siguen en posesión de sus funciones. Porque la policía autonómica que ha desobedecido el mandato judicial de actuar continúa en ejercicio de sus competencias. Porque el Estado español, el Estado democrático, se ha conformado con la parodia en vez de usar para impedirla los poderes constitucionales de los que está dotado.

Claro que es una burla . Una chusca mojiganga. Pero consentida. Y la pregunta que cabe hacerse es la de qué clase de sentimientos albergan a esta hora quienes han sembrado las calles de la nación de colgaduras con banderas de España.

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