Tiempo recobrado

Unamuno

La película de Amenábar, a pesar de algunos errores históricos, traza un honesto retrato del escritor

Pedro García Cuartango

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Era un tipo de claroscuro crónico, sin luces ni sombras absolutas. Así le define Jon Juaristi a don Miguel de Unamuno, sobre el que publicó hace algunos años una excelente biografía.

Esa dificultad de catalogar a Unamuno subyace en «Mientras dure la guerra», la película de Amenábar, que, a pesar de algunos errores históricos menores, traza a mi juicio un honesto retrato del escritor, filósofo y catedrático vasco.

El trabajo de Amenábar me parece muy recomendable para las nuevas generaciones que ignoran lo que fue aquel terrible conflicto que desgarró España y que algunos se empeñan en utilizar políticamente para sembrar la división.

No digo que haya que olvidar lo que sucedió, que vi reproducido en el odio y el enfrentamiento en mi propia familia, pero sí que debemos hacer un esfuerzo de distanciamiento y comprensión para no reducir aquel drama a un episodio de buenos y malos.

Me remito al discurso de Azaña en 1938 en Barcelona cuando pronunció aquellas palabras que cayeron en saco roto: «Paz, piedad y perdón». Eso es lo que nos hace falta todavía en esta España en la que la exhumación de Franco y la campaña electoral están resucitando los fantasmas del pasado.

En el verano de 1936, nuestro país se convirtió en el escenario de una brutal confrontación en la que afloraron los rencores del pasado y en la que a nadie se le consintió ser neutral. O estabas con unos o eras un traidor. Unamuno, que había sido desterrado a Fuerteventura por Primo de Rivera, acogió la llegada de la República con la esperanza de que el nuevo régimen supusiera una regeneración para España. A pesar de ser diputado republicano-socialista, pronto quedó desencantado por el sectarismo de sus dirigentes.

Cuando estalló el golpe militar en julio de 1936, respaldó la insurrección, donó dinero para la causa, firmó manifiestos de apoyo y fue restituido como rector de Salamanca. El asesinato de sus amigos, particularmente el del pastor protestante Atilano Coco, le abrió los ojos sobre la crueldad de los generales que encabezaban Mola y Franco.

El 12 de octubre de 1936 pronunció su famoso discurso en el que frente a Millán-Astray y cientos de falangistas afirmó: «Vencer no es convencer». Pocos alegatos más valientes que el de aquella infausta jornada a favor de la tolerancia y la reconciliación.

Unamuno murió dos meses después en arresto domiciliario, pero sus luminosas palabras nos llegan tras viajar 83 años en el tiempo con la misma fuerza que cuando fueron pronunciadas.

Por muchos errores que hubiera cometido en el pasado, Unamuno se redimió aquel día con un testamento que debería haber quedado grabado para siempre en la mente de todos los españoles. Como subrayó, lo importante no es ganar si se pierde la decencia y el respeto del adversario.

Unamuno era un personaje excéntrico y voluble, pero comprendió lo esencial: que en la vida y en la política es mucho más importante la razón que la fuerza, convencer que vencer.

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