Umbral de incompetencia

¿Sirve el primero que pasa para dirigir una empresa con 6.400 empleados?

Luis Ventoso

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Disculpen un anécdota introductoria. Me gusta dibujar y siempre tuve facilidad para ello. Desde chaval. En el colegio, cuando me aburría en clase (que era casi siempre), mataba el rato pintando caricaturas del profe que nos daba la turra desde la pizarra. Luego pasaba el papelito al amiguete del pupitre más cercano y nos reíamos hasta que la cara se nos ponía colorada, con esa hilaridad tontorrona que provoca la prohibición. Merced a esa afición artística cutrilla recibí algún sopapo –eran los tiempos en el que en el cole todavía te arreaban–, pero también había profesores entrañables que coleccionaban los dibujos que te pillaban, como el gran don José Roca, mi profesor de matemáticas betanceiro. Hoy todavía sigo dibujando. Pero si mañana un político me llamase para ofrecerme la dirección del Museo del Prado, lógicamente pensaría que el prócer había degustado un tripi. Las personas tenemos que ser conscientes de nuestra obvias limitaciones.

La gente del cine –la del sector que dice la verdad– siempre te cuenta que se puede ser un formidable actor sin poseer dote intelectual alguna. El encantador Marcello Mastroianni solía recordar a una actriz superdotada de su época, Rita Morelli, musa del esteta Visconti, que conmovía como nadie en cualquier papel. Pero Mastroianni añadía: «Fuera del trabajo era una cretina. Era una caja vacía, como todos nosotros». ¿Crudo? Sí. ¿Veraz? También. Otro tanto ocurre con la locución de noticias. Se imaginan al extraordinario articulista Francisco Umbral presentando un telediario, despachando las noticias con aquel vozarrón nasal y aquella imagen de Valle setentero. Sería un horror, una coña. Umbral era un cronista superdotado, pero no un presentador de informativos. Lo mismo puede ocurrir al revés: profesionales de voz extraordinaria, gratas facciones y enorme convicción expositiva, locutores perfectos, pueden no tener detrás un gran aparataje intelectual.

Nadie lo dice, pero habrá que decirlo. Es un capricho absurdo de Sánchez (y de Podemos) entregar la dirección de un coloso como RTVE a la presentadora retirada Rosa María Mateo. Ella fue magistral en lo suyo, una soberbia locutora, tarea en la que empezó en Radio Nacional con solo 21 años, según leo en su biografía. Pero, ¿sabe Rosa María interpretar un balance contable? ¿Tiene esta veterana algún conocimiento de gestión? ¿Está especializada en producción televisiva? ¿Ha destacado por su obra escrita y su aportación en el mundo de las ideas? Es un desbarre pretender que la buena de Rosa María, solo por ser progresista, dirija una compañía con 6.400 empleados, mil millones de presupuesto, siete cadenas, cinco radios, platós, web y un formidable archivo; amén de ser la televisión pública española, la que vela por la imagen de nuestro país, aquí y en todo el mundo. Una vez más, nos toman por lerdos, y a veces incluso con delectación en el recochineo, como cuando nuestro Gobierno provisional habla de que buscan «la regeneración democrática de RTVE». Por decreto y solo para los nuestros.

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