Editorial ABC

Los templos, patrimonio de todos

Conservadas por la Iglesia y bien preservadas, las catedrales de España siguen en pie pese a la ofensiva de una izquierda que no deja de acosar a quienes a diario abren sus puertas centenarias

ABC

La velocidad con que las llamas destruyeron el pasado lunes la catedral de Notre Dame pone de manifiesto la extrema fragilidad de un patrimonio cultural cuya conservación representa una obligación para todos. En manos del Estado francés, encargado de su mantenimiento, el templo parisino fue consumido por las llamas como consecuencia de un accidente, pero también como resultado de la dejación que caracteriza y lastra la actividad de la sobredimensionada Administración gala. La solidez pétrea del monumento más visitado de Europa, cuya estructura quedó a salvo tras el incendio, contrasta con la debilidad de una cubierta cuyos trabajos de restauración, aplazados durante años, se saldaron con el desastre cultural que ha conmocionado a la opinión pública internacional. Como en Francia y el resto de países de nuestro entorno, donde la cristiandad ha dejado una profunda huella, no solo material, en España es la Iglesia quien más patrimonio cultural ofrece y conserva. En nuestro país, sin embargo, es la propia institución religiosa la que carga con el peso de mantener unos templos cuya riqueza suele ser tasada con criterios exclusivamente artísticos, pero cuyo verdadero valor reside en su significado espiritual, armazón social de un país que no puede explicarse sin el hecho religioso que vertebra su historia y su conciencia. La pérdida de un templo como el de Notre Dame no solo es una pérdida cultural, sino de raíces morales. Evitar que una tragedia similar vuelva a producirse, en Francia o en España, es una tarea que exige el compromiso de todos los actores políticos.

Con la ayuda de fondos públicos y privados, gracias a un mecenezago que la Iglesia española ha sabido cultivar y atraer para hacer frente a sus obligaciones como propietaria de este patrimonio, uno de los más ricos del mundo, los templos de España siguen en pie pese a la ofensiva de una izquierda que no deja de acosar a quienes a diario abren sus puertas centenarias. La campaña contra las inmatriculaciones eclesiales, que tocó techo con el intento de expropiar la mezquita-catedral de Córdoba, o la desplegada para que la Iglesia pague el IBI, no son sino la enésima manifestación de un rencor antirreligioso que ignora de forma premeditada y dogmática la labor asistencial, educativa y también cultural que la institución desarrolla en beneficio de todos los españoles. No solo las grandes catedrales merecen la atención y la vigilancia del Estado, sino los cientos de pequeños templos que, diseminados por la España vaciada, sin apenas sacerdotes que abran sus portones, resumen y guardan lo mejor de nuestra historia común. De Santiago de Compostela, eje vertebrador de una Europa que se reconoció en su camino, al románico palentino, hay mucho que cuidar.

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