Editorial ABC

Sánchez blanquea su fracaso

ABC comparte la decisión de Pedro Sánchez de vetar a Iglesias. No obstante, resulta reprochable el cinismo con que lo hace

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Pedro Sánchez y Pablo Iglesias dinamitaron ayer los pocos puentes de entendimiento que quedaban para fraguar una investidura. A no ser que se produzca una cesión humillante del líder de Podemos y acepte ser excluido de un gobierno de coalición, la votación de la semana que viene resultará fallida y, a tenor de lo dicho ayer por Sánchez, no habrá segunda oportunidad en septiembre. Con las cartas boca arriba, es evidente que los escollos insalvables son la ambición de Iglesias por ser vicepresidente y el veto taxativo de Sánchez a ese disparate. De hecho, Sánchez ha simplificado al máximo la lógica de su investidura porque todo se reduce a dos opciones: la de rehabilitar a un Iglesias muy debilitado o fulminarlo camino de nuevos comicios. Y, en apariencia, ha optado por lo segundo, lo cual es legítimo por más decepción que cause en la izquierda social y mediática. Objetivamente, lo único que aleja al PSOE de un gobierno estable es Podemos, porque sería introducir un caballo de Troya en La Moncloa, y el riesgo es inasumible. Más allá de la pugna de egos y de la estridencia personalista de ambos, Sánchez hace bien porque conceder poder real a Iglesias sería lesivo para los intereses de España. Sería letal permitir que Iglesias se adueñase de la acción de gobierno, fijara las reglas de una relación de dependencia que convertiría a Sánchez en su rehén y monopolizase la imagen del Ejecutivo para utilizarlo en favor de una recuperación electoral de Podemos. Bajo estas premisas, un gobierno de coalición PSOE-Podemos no sería un mal menor, sino un despropósito político para España.

ABC comparte la decisión de Sánchez de vetar a Iglesias. No obstante, resulta reprochable el cinismo con que lo hace. Sostener ahora que el PSOE diverge de Podemos en cuestiones de Estado como Cataluña, o que no puede ser vicepresidente alguien que cree que en España hay «presos políticos», sería creíble si no fuese porque ese argumento fue irrelevante cuando se apoyó en Iglesias para formar el «club de la moción» de censura. Este nuevo argumentario socialista es más propio de un mitin de precampaña que una excusa sólida contra Podemos. Sánchez está construyendo un relato exculpatorio de su propio fracaso, pero no guarda coherencia alguna con lo que ya ha hecho el PSOE muchas veces con Podemos como cooperador necesario de su estrategia y como acólito de su falta de principios. No engañan ya a nadie. La negociación entre Iglesias y Sánchez es la negociación entre dos políticos sin palabra y con una ambición desmedida. Sánchez no puede presentarse como víctima de otros partidos ni exigir a Ciudadanos o al PP un voto «gratis total» para luego gobernar con podemitas y separatistas. No tiene lógica. Por eso, paradójicamente, una investidura fallida puede no ser tan mala noticia para España.

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