Editorial ABC

Sánchez avala la parálisis total

El presidente del Gobierno en funciones se niega también a revalidar la mayoría de la moción de censura porque ha aprendido que no son socios fiables

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Han transcurrido casi tres meses desde las elecciones, y el candidato del PSOE a presidir el Gobierno, Pedro Sánchez, continúa en soledad, sin recabar apoyos suficientes y sin aparente expectativa de que vaya a conseguirlo. De hecho, hoy solo tiene comprometido el voto de un diputado del Partido Regionalista de Cantabria. No hay más. Ayer, Sánchez no se movió un ápice de su posición. Admitió que su socio de referencia debe ser Unidas Podemos, pero volvió a negarles cualquier opción de conseguir ministerios. Sánchez aspira a un Gobierno en solitario, y de nuevo apeló a PP y Ciudadanos para que se abstengan, en la línea en que hicieron anteayer 66 diputados socialistas que en su día avalaron la investidura de Mariano Rajoy. Sin embargo, no puede obviarse que la situación es distinta, y que Sánchez abandonó su escaño para no legitimar a Rajoy, rompiendo a su partido en dos. La generosidad de aquellos diputados del PSOE que se abstuvieron con Rajoy llegó desde un PSOE a la desesperada, en pleno proceso de rehabilitación tras una durísima fractura, y con algunos sanchistas votando «no» por coherencia. Sánchez no puede exigir ahora lo mismo que él se negó a hacer por congruencia con sus principios. En una cosa sí tiene razón Sánchez: concederle ministerios a Iglesias impediría que el gabinete tuviese cohesión interna, más aún si en el futuro Sánchez tuviese que impulsar la aplicación del artículo 155 en Cataluña. ¿Podemos lo avalaría desde la mesa del Consejo de Ministros? No parece razonable en un partido defensor de un referéndum de autodeterminación.

Aparentemente, Sánchez se niega también a revalidar la mayoría de la moción de censura porque ha aprendido que no son socios fiables. ERC tumbó en enero los presupuestos elaborados por Moncloa y forzó a Sánchez a convocar elecciones. Tener una garantía de lealtad así es imposible, y Sánchez lo sabe. Por eso extrema su presión anunciando que en septiembre no habrá una segunda investidura si fracasa la de julio. El problema es que Sánchez juega a capricho con la democracia. Dice una cosa y su contraria, y su palabra hace tiempo que perdió el valor. A España no le convienen nuevas elecciones, es cierto. Pero Sánchez no puede pedir votos gratis a los constitucionalistas para gobernar con quienes desprecian la Constitución. Ahora esgrime una propuesta de reforma constitucional para que gobierne la lista más votada, pero esa idea fue expresamente despreciada por Sánchez cuando se la propuso el PP. Todo es oportunismo e insolvencia. Primero, porque esa reforma plantea el problema de menoscabar el papel del Rey, y segundo porque podría desnaturalizar la figura de la moción de censura. En 2018, y a través de una moción, gobernó Sánchez, que no encabezó la lista más votada. Sí, tiene un serio problema, pero no puede esperar sentado a que se lo resuelvan los demás.

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