¿Lo sabía el presidente?

¿Conocía Sánchez la decisión de Delgado de no apoyar a Llanera?

José María Carrascal

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Jueves, 23 de agosto. Dolores Delgado, ministra de Justicia: «La demanda presentada (por Puigdemont) incluye expresiones o manifestaciones privadas del juez (Llarena) ante las que el Gobierno no puede actuar».

Viernes, 24. Las principales asociaciones de jueces y fiscales: «El Gobierno está obligado a adoptar todas las medidas necesarias para garantizar la defensa del juez Llarena, al suponer la defensa de la Justicia española».

Sábado, 25. Carmen Calvo, vicepresidenta: «Un juez tiene que recibir el apoyo de su propio poder. Al Ejecutivo no le corresponde esa función».

Domingo, 26. La Unión Progresista de Fiscales (a la que pertenece la ministra) se une a la petición de que el Gobierno defienda a Llarena, ante «el inasumible intento de enjuiciar su actuación en tribunales extranjeros».

Lunes, 27. Dolores Delgado: «El Ejecutivo defenderá nuestra soberanía jurisdicional en la que está inmenso Llarena. No ha habido rectificación».

Encima, la denuncia contra Llarena contiene un grave error de traducción que desvirtúa sus palabras. Tramposos por doquier. Comparen las primeras y las últimas declaraciones de la ministra de Justicia, ¿es donde dije digo, digo Diego?, ¿es que sólo aciertan cuando rectifican?, ¿es incompetencia? Es mucho más grave, pues un error de la ministra, con cesarla basta. Pero ¿estaba Sánchez enterado? Él lo niega desde el otro lado del Atlántico con golpes en el pecho. Pero las palabras de la vicepresidenta el sábado indican que, por lo menos, estaba enterado, sin decirlo, fiel a su política de compaginar los intereses de España y pagar su deuda a quienes le llevaron al poder. Un imposible porque los secesionistas quieren romper España y la extrema izquierda quiere acabar con el sistema que tenemos. ¿De qué parte está? De la suya. Su plan es aguantar hasta que surja la oportunidad de convocar elecciones con posibilidades de aumentar sus 84 diputados. ¿Cómo? Engañando a todos, incluidos sus socios, para que no le descabalguen. Sin olvidar que no puede dejar a la intemperie al juez que lleva la causa contra el secesionismo, al lado de lo cual devolver a Marruecos a los últimos inmigrantes, tras haberles tendido la mano, es una bagatela.

Empezamos a entender por qué Sánchez se ha rodeado de mujeres dispuestas a dar la cara por él, y atacarlas puede acarrear la acusación de machismo. Pero el caso es mucho más complejo, y empieza a recordarme el Watergate, «un robo de tercera clase» en la oficina electoral de partido Demócrata, que Nixon quiso cargar en sus ayudantes. Pero tuvo que abandonar el cargo, no por el robo, sino por haber mentido a los norteamericanos. Repito la pregunta: ¿conocía Sánchez la decisión de Delgado de no apoyar al juez Llanera en la demanda de quienes llaman a España un «Estado delincuente» y lo comparan con Kazajistán, que tienen el mismo presidente que cuando pertenecía a la Unión Soviética y parecidos usos, lo que significaría equipararle a Sánchez? Aunque sólo fuera por vergüenza no debería aceptarlo. De momento, va a sacar a Franco de su tumba.

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