Perdiendo el respeto

Al socialismo no le produce urticaria transfigurar su discurso cuando llega al poder

Ana Pastor, presidenta del Congreso Ernesto Agudo
Ana I. Sánchez

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Es fascinante la desenvoltura de la clase política para mutar su discurso cuando pasa de oposición a Gobierno. Es una dolencia común a todos los grupos. Es memorable cómo el famoso «España se rompe» de Rajoy en tiempos de Zapatero se tornó en nada cuando Artur Mas convocó la primera consulta independentista. Pero en esto no hay quien gane a la izquierda. Aquel «OTAN no, bases fuera» y su permuta por un «sí» a la Alianza perseguirá a Felipe González en los anales de la historia. Y, desde entonces, al socialismo no le produce urticaria transfigurar su discurso cuando llega al poder. Aunque no por ello deja de ser asombrosa la espontaneidad con que lo hace.

Es la segunda vez que la presidencia del Congreso y la del Gobierno pertenecen a partidos políticos distintos. En 2016 el socialista Patxi López moderaba la Cámara Baja y Rajoy vivía en Moncloa. Se generaron fuertes desencuentros y el PSOE llamó a aquellas disputas «efectos de la separación de poderes». Parecía que eran incluso de agradecer. Este martes, sin embargo, quien escuchó a Adriana Lastra llegó fácilmente a la conclusión de que Ana Pastor preside la Cámara Baja al más puro estilo chavista. Ante cámaras, radios y periódicos la portavoz socialista explicó que la política popular no accede a reformar la Ley de Estabilidad Presupuestaria con urgencia. Habló de una presidenta que «hurta el debate al Pleno», conduce el Congreso con «filibusterismo», utiliza la institución «en su propio beneficio», «se salta» informes de los letrados y adopta decisiones «inauditas».

Al escucharla me empezó a inundar la zozobra y eso que tengo a Pastor por una de las políticas más acertadas. Pero a fin de cuentas, nadie está a salvo de sufrir un acceso de locura, ni siquiera la presidenta del Congreso. Al revisar el Reglamento desapareció el desasosiego. No había hurto del debate porque la Mesa propone la urgencia de una ley. No había filibusterismo porque tres artículos amparan la decisión de Pastor. Y el informe desoído de los letrados no era tal, sino el índice rojo donde se recogen los puntos a tratar. ¿Falta de conocimiento o engaño premeditado? Casi mejor no buscar la respuesta.

Es el último ejemplo de la doble vara de medir que aplica asiduamente la izquierda, pero en estos tres meses de Gobierno ha habido hitos mayores. Será difícil olvidar el secreto oficial que protege el coste de aquel viaje de Sánchez a Castellón, mientras se difunde a todo correr el gasto por la defensa de Llarena en Bélgica. El hecho de que Torra fuera racista pero haya dejado de serlo o las idas y vueltas en inmigración. Aunque no es de desmerecer que Iglesias pueda comprarse una mansión de 600.000 euros sin que se le pueda llamar rico, pero Echenique crea que los que cobran más de 60.000 euros sí lo son. Anden con cuidado en la izquierda porque «cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto». Lo advirtió hace casi tres siglos el alemán George Lichtenberg.

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