Un país de pandereta

Dejamos que las falsas noticias condicionen nuestra vida y definan nuestro futuro

Ramón Pérez-Maura

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Pedro García Cuartango nos recordaba el miércoles en estas páginas cómo el tañer de la campana de la parroquia de Baredo, cerca de Bayona, le había retrotraído a su infancia de monaguillo en Miranda de Ebro. Yo tengo la suerte de poder volver a la casa de mi infancia en Santander cada verano y poder contemplar la misma vista, que nunca es igual.

La visión de la bahía de Santander ha tenido un cambio importante en el último año: la construcción de un espigón -el primero de dos- para impedir que el mar vacíe de arena cada invierno las playas de La Magdalena, Peligros y Bikini. Este ha sido uno de los procesos más abiertos, informados y participativos que se han realizado nunca en España. Lo arrancó en 2006 el Ministerio de Medio Ambiente de… Cristina Narbona, hoy presidenta del PSOE.

Con la colaboración del Ayuntamiento de Santander, la Delegación del Gobierno y la Universidad de Cantabria, se hizo un estudio de los cambios que habían provocado la práctica desaparición de esas playas cada invierno. Y en función de eso se plantearon hasta diez alternativas para impedir su desaparición definitiva. Y dado el calado de cualquier actuación se consideró imprescindible abrir cauces de participación ciudadana para que los vecinos conocieran las alternativas y pudieran opinar: se organizó una conferencia, se abrió una exposición al público, se habilitó un buzón de sugerencias a través de la página web municipal y se realizó una encuesta. En la consulta se dio a elegir entre dejar desaparecer la playa, reponer la arena cada año con un coste de unos 50.000 euros (ya saben, dinero público que no es de nadie) o garantizar la existencia de la playa todo el año. El 91 por ciento de los participantes pidió la última opción y, dentro de ella, la alternativa de los espigones.

Al fin, el invierno pasado se puso en marcha la obra, que sin duda ha cambiado el perfil de la bahía santanderina. Díganmelo a mí, que cada día de mis vacaciones me levanto con el espigón directamente delante de mi ventana. Pero sólo cuando empezó la ejecución de la obra han aparecido las protestas de los que no participaron en el proceso ciudadano. Organizaciones como ARCA (Organización para la Defensa de los Recursos Naturales de Cantabria), la Coordinadora para la Defensa del Litoral y las Tierras de Cantabria, el Grupo de Estudio para la Defensa de Ecosistemas Naturales (GEPEN) o Ecologistas en Acción Cantabria fueron invitados a opinar en su momento y guardaron silencio. Ahora organizan protestas en las que, siendo una minoría ridícula, obtienen repercusión mediática en representación de no se sabe quién. La menguante convocatoria llegó a su máximo exponente el pasado domingo. El medio de comunicación de referencia en Cantabria ofrecía una fotografía de los manifestantes sobre el espigón. El recuento de los mismos, uno a uno, daba la impresionante cifra de nueve personas. Y, al parecer, eso es noticia. El hecho me ha recordado un domingo de hace años, cuando escuché en el boletín informativo de las doce del mediodía en RNE que conectaban con la central nuclear de Almaraz para informar sobre la manifestación convocada allí para esa hora y contra las centrales nucleares. El redactor desplazado al lugar explicó que… no había ido nadie a manifestarse. Pero la no manifestación tenía cobertura informativa. Fake news. Y así, así, la energía nuclear sigue en auge en Francia y va a desaparecer en España. Un país de pandereta en el que dejamos que las falsas noticias condicionen nuestra vida y definan nuestro futuro.

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