Morir y matar en la carretera

Hace dos semanas, antes de que la tragedia de Alba de Tormes situase en primer plano del debate social los riesgos derivados del consumo de alcohol y drogas entre los conductores, ABC alertó desde su portada sobre el aumento de la siniestralidad relacionada con este tipo de prácticas. De Jaén a Alicante, pasando por Santiago o Santander, nuestra sección de Sociedad recorre hoy la noche y el amanecer de algunas ciudades para ilustrar el escenario de una tragedia que se ceba con los más jóvenes, implicados en el 45 por ciento de los accidentes de tráfico, cifra que llega hasta el 55 por ciento en los meses de verano. Es entre las seis y las nueve de la mañana, especialmente de los fines de semana, cuando se concentran los siniestros, a menudo provocados por el exceso de confianza de quienes consumen drogas y alcohol y se ponen al volante tras una noche de fiesta. La cifra de 17.000 jóvenes muertos en carretera desde el año 2000 da cuenta de la profundidad de una herida social que, pese a las campañas de concienciación y el progresivo endurecimiento de las penas, sigue sin cerrarse.

Lejos de reducirse, el consumo de drogas al volante va en aumento. Del 10 por ciento que registraba hace diez años, la estadística que maneja la Fiscalía alcanzó el año pasado el 19 por ciento: dos de cada diez conductores van dopados y cuatro de cada diez conductores fallecidos en accidentes de tráfico habían consumido alcohol o drogas, cifras que reflejan la creciente tolerancia social hacia un hábito que ha de ser combatido con la máxima firmeza. Quizá no baste la retirada temporal del carné para apartar definitivamente de la carretera -con penas de prisión proporcionales al daño que infligen- a quienes todavía no han tomado conciencia del riesgo que representan para ellos mismos, sus familias y el resto de conductores.