Editorial ABC

Mentiras contra la seguridad común

La necesidad de encubrir una negligencia letal con argumentos falaces ha convertido la gestión de la Generalitat en un escándalo público. Cataluña no está en buenas manos

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Una cosa es la negligencia operativa para la interpretación, detección y respuesta a una amenaza advertida por la CIA a los Mossos d’Esquadra, y otra distinta, igualmente muy grave, es mentir pública y deliberadamente hasta en tres ocasiones para descargarse culpas y responsabilidades. Eso es lo que han hecho Carles Puigdemont, el consejero catalán de Interior y el máximo responsable operativo de los Mossos tras los atentados de las Ramblas y Cambrils, a tenor de la confirmación realizada por Estados Unidos de que la amenaza de atentado yihadista lanzada el pasado mayo era fiable, como trágicamente se ha comprobado. Además, tratar de matar al mensajero, como ahora hace la Generalitat tras hacerse públicas las advertencias de la CIA, es de una inmoralidad política insoportable. Exigir a estas alturas la dimisión de Puigdemont es inocuo. Son demasiados los motivos por los que ni siquiera debió nunca llegar a la Generalitat. Pero ahora, tomar como rehenes de una mentira a todos los catalanes y al resto de españoles refleja que el independentismo ha hecho de la mentira y la manipulación un modo de vida. Mayor irresponsabilidad no cabe si su objetivo no solo consiste ya en romper España, sino en jugar con la seguridad de millones de personas como si sus vidas fuesen irrelevantes. No tiene límite la bajeza con que la Generalitat utiliza el terrorismo para obtener algún tipo de rédito político.

EE.UU. ha retratado a la dirección política de los Mossos. Mienten a sabiendas y culpan de sus errores al «Estado». A toro pasado, es evidente que no haber tomado en serio aquella advertencia de una amenaza inminente ha sido un error de magnitudes ya irreversibles. La consecuencia ha sido contemplar dieciséis vidas segadas, un centenar de heridos, una politización patética del dolor ajeno y una mayor fractura en la sociedad catalana, a la que se sigue ideologizando con la tragedia. Han convertido la mentira en una herramienta de engaño masivo, justificado en doctrinas identitarias para alimentar el separatismo. Cuando Puigdemont se dé cuenta del daño a la sociedad catalana, será tarde para algunas generaciones tristemente educadas en el odio a España.

Haber hecho caso omiso de los avisos de un servicio secreto con la credibilidad del estadounidense es un error político y operativo sin perdón posible. Calibrar el grado real de una amenaza no es fácil, pero para eso son expertos en la materia y gozan de información suficiente para, al menos, contrastar indicios. No es solo la mentira. Es la necesidad de encubrir una negligencia letal con argumentos falaces lo que ha convertido la gestión de la Generalitat en un escándalo público. Cataluña no está en buenas manos.

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