Màxim VII, el breve

Fulminado tras solo siete días por un problema fiscal

Luis Ventoso

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Cayó Màxim Huerta , que quedará en los anales de la historia de España como Màxim VII El Breve, pues nos ha durado solo siete días. Tan rápido resultó su tránsito que habrá que resolver su cuadro en la galería de ministros de Cultura con un selfie, pues no ha tenido horas ni para el posado. Fueron, eso sí, siete días de oro, que dirían los grandes almacenes. En tan breve mandado le ha dado tiempo a acudir a la Feria del Libro; al programa de su mentora intelectual, Ana Rosa; a ver una función del Centro Dramático Nacional y a conceder un porrón de entrevistas lúdico-folclóricas. Pero donde se ha salido es como ministro de Deportes, y eso que no los soportaba: ha ganado un Roland Garros (o «Rollán», como lo llamaba él, con su acreditado conocimiento del sector), y ha visto el psicodélico relevo del seleccionador de España a dos días de iniciar un Mundial, fruto de la chapuza de Florentino y Lopetegui. Irrepetible Màxim, que ha triturado el récord de micro-permanencia en un ministerio, que hasta ahora ostentaba con 81 días un olvidado ministro de Calvo-Sotelo. Todo es paranormal en este Ejecutivo de Sánchez, presidente provisional con pírricos 84 diputados y tras recibir dos goleadas en las urnas.

Tras revelarse que hace diez años Màxim había tenido un problema serio con el fisco, el PSOE soñó durante unas horas con mantenerlo . Pero al final cayó por una vídeo televisivo de 2015, donde Sánchez proclamaba enfático que largaría al minuto a todo aquel que crease sociedades instrumentales para intentar pagar menos impuestos. El actual presidente provisional de España, rehén aquellas declaraciones, se vio forzado a despedir a Màxim El Breve, víctima del clima de caza de brujas instaurado por el propio Sánchez y por Rivera desde la oposición. La metodología es despiadada: hechos superados del pasado, y hasta lances la vida privada, sirven para dinamitar carreras políticas. A Cifuentes la destrozaron por un hurto cleptómano de 40 euros que abonó al momento. La eliminaron con un vídeo del circuito cerrado de un supermercado, que debería haber sido destruido por ley. A Huerta lo derriba un problema fiscal de hace diez años. Hizo exactamente lo mismo que casi todos los tertulianos televisivos de este país: crear una sociedad instrumental para intentar pagar menos impuestos, algo que los asesores fiscales aseguraban que era legal y que Hacienda toleró por un tiempo. Al final Hacienda aplicó una lupa más cercana, los sancionó y pasaron por taquilla. Fin de la historia. ¿Son unos criminales esos tertulianos y escritores? Huerta creía que tenía razón. Incluso recurrió en tribunales y perdió el año pasado. Abonó su multa y daba el asunto por zanjado. Iluso. Nada se borra en la sociedad del espectáculo continuo y la compulsión tuitera.

Sé que este artículo no es popular. Sería más aplaudido cebándome con el caído y con la evidente torpeza de Sánchez, que nombró ministro a quien no estaba cualificado para ello. Pero en país estamos fusilando la presunción de inocencia y exterminando la palabra perdón. Sánchez, uno de los impulsores de esos juicios sumarísimos, comenzó a pagar ayer su propia demagogia. El “Gobierno bonito” ya está manchado.

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