Editorial ABC

May da vía libre al desastre

En lugar de dimitir entre lágrimas, la premier debería haber reconocido que la certeza con la que abrió su mandato -«Brexit significa Brexit»- no se corresponde con la realidad

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Theresa May ha terminado por rendirse. Lo hace después de tres años de intentos frustrados para cumplimentar el resultado del referéndum sobre la salida del Reino Unido de la UE y dejando a su país en una situación aún peor de la que se encontró, más hundido en el descrédito, la división social y el desorden político. El origen de esta grave crisis hay que buscarlo en la propia elección de May como gestora de este proceso. Su único mérito era encarnar en sí misma la división sobre las relaciones con Europa que desgarra desde hace años al conjunto del Partido Conservador: hizo campaña en contra del Brexit -diciendo que lo mejor para el país era quedarse en la UE- y después se propuso llevarlo a cabo, prometiendo un brillante futuro para el Reino Unido fuera de Europa, lo que ha eximido a los verdaderos promotores de este desastre, de sobra conocidos, de asumir la responsabilidad de gestionar lo que ellos mismos habían predicado y provocado. La clase política británica no ha estado a la altura de las circunstancias, en ningún caso. Ni los demagogos populistas que promueven la ruptura con Europa ni tampoco la oposición laborista, ahora dirigida por un marxista trasnochado que ha puesto siempre su miopía ideológica por delante de los intereses de su partido y de su país. Ambos, conservadores y laboristas, han mostrado su incapacidad para definirse ante la cuestión europea, lo que ha servido para contagiar la división política a todo el país.

El Brexit será una desgracia para Europa, pero ya está siendo una catástrofe para el Reino Unido. Consumido el tiempo previsto para la negociación, ya sin vuelta de hoja, el primer ministro que venga tras May será, casi con seguridad, un partidario de la salida sin acuerdo. Si esto sucede, miles de personas y de empresas se encontrarán atrapadas en una situación inédita, provocada por el inmenso error de David Cameron de convocar el referéndum de 2016. Muchos problemas que habían desaparecido con la integración europea reaparecerán como una pesadilla.

En lugar de dimitir con una pose lacrimógena, May debería haber reconocido ayer que la certeza con la que emprendió su mandato -al grito de «Brexit means Brexit»- no se corresponde con la realidad. Pudo haber convocado elecciones, pero a partir de ahora ya solamente quedan dos opciones: o bien un Brexit desordenado y caótico o la renuncia a la aplicación del artículo 50, que es un arma que el Tribunal Europeo de Justicia le ha concedido al Reino Unido y que puede invocar hasta el último segundo del día 31 de octubre. En otras palabras, un divorcio por las malas o que no haya separación. El nuevo primer ministro británico tendrá que elegir.

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