La ley de hierro

Si una cosa está mostrando esta crisis es que los catalanes como políticos son aún peores que el resto de los españoles

José María Carrascal

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Suele ocurrir con las crisis larvadas: se arrastran durante meses o años sin armar ruido y, de repente, explotan por una nimiedad, llevándose todo por delante. El forcejeo entre Esquerra Republicana y Junts per Catalunya (el tercer nombre de la vieja Convergencia) viene de antiguo y, en realidad, es el pulso por la hegemonía del soberanismo catalán. En un principio, era Esquerra la que enarbolaba esa insignia, pero Puigdemont y Torra se han convertido en sus abanderados, mientras los republicanos, tal vez por tener a su líder en la cárcel, se hicieron más pragmáticos y están dispuestos a negociar con el gobierno Sánchez, siempre que sea generoso con ellos en una serie de asuntos, el de los presos en primer lugar. Las prisas de los unos y la parsimonia de los otros ha chocado en un tema secundario: la decisión del juez Llarena de suspender de voto a los seis diputados enjuiciados, aunque permitiéndoles delegarlo en un compañero parlamentario. Junqueras y Romeva aceptaron. Puigdemont y tres colegas huidos a Bélgica se negaron. Con lo que se armó la marimorena, pues la grieta abría en canal al Parlament y al propio Govern, haciendo inviable la legislatura. O sea, elecciones autonómicas. Que a su vez arrastrarían a unas generales, al ser vitales ambos partidos para la supervivencia del Gobierno Sánchez.

Al final se ha resuelto con un «repliegue estratégico», como llaman a las retiradas vergonzantes, al abandonar las posiciones sin querer reconocer que se han perdido y los cuatro díscolos han entrado por el aro, delegando su voto en compañeros, mostrándose a la vez dispuestos a negociar con el Gobierno central sin condiciones ni ultimátums, como había hecho Torra. O sea: Junqueras 1, Puigdemont 0. Los pragmáticos se imponen a los radicales, aunque aún queda mucho partido como dicen los cronistas deportivos y los letrados de las Cortes elevan objeciones.

Si una cosa está mostrando esta crisis es que los catalanes pueden ser excelentes empresarios, pero como políticos son aún peores que el resto de los españoles. Todo lo ven a corto plazo, en busca del máximo beneficio, sin tener preparado un plan B por si falla el diseñado, como les está ocurriendo. Sería, desde luego, la mayor de las ironías que esta cuarta o quinta embestida independentista catalana fracasara por no haber sido capaces de ponerse de acuerdo entre ellos, aunque seguro que echarán la culpa a España, cuando España se ha equivocado casi tanto con ellos y va a sufrir también las consecuencias de su fracaso, aunque peor hubiera sido que Torra hubiese triunfado. Algo parecido puede decirse de Sánchez, que, por su doblez, egoísmo, cortedad de miras y falta de principios, hizo creer a los secesionistas que había una salida dialogada a sus demandas, cuando «lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible», como decía el torero, y solo la dura realidad está imponiendo su ley de hierro entre tanta fantasmagoría y fantasmones.

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