La Justicia no es una broma

Tras demostrar que no saben ganar, demuestran no saber perder

José María Carrascal

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El gran error de los secesionistas catalanes fue menospreciar a la Justicia , creer que podían burlarla como al resto de las instituciones. Para encontrarse con que la Justicia es la última línea defensiva del Estado de derecho cuando gobierno y parlamento, por incapacidad o flaqueza, no pueden defenderlo de las fuerzas que intentan socavarlo y cuartearlo. Como aquí ha ocurrido.

Que el independentismo catalán es una figuración, por no decir fraude, más que una realidad lo han reconocido ellos mismos al calificar ante los jueces de «simbólicos» sus hechos y palabras. Que no tienen idea de gobernar lo han demostrado equivocándose en cuantos pasos han dado. De Pujol a Turull , sus dirigentes son hoy juguetes rotos de un sueño, estafa más bien, en el que ha sobrado egoísmo y faltado realismo. Ellos, que presumían de ser los más realistas de los españoles –«que los españoles», dirían–, han terminado siendo los más ilusos, aparte de rapaces, dejando Cataluña dividida, empobrecida, confundida y en ridículo, Si bien muchos catalanes se dejaron engañar.

A quienes no pueden engañar es a los jueces, al margen de la política y de los intereses particulares. Pero los secesionistas han sido tan torpes y tan faltos de cultura democrática que desafiaron al juez instructor de su golpe de Estado, creyendo que no se atrevería a encarcelar a un president elegido con todo tipo de argucias. Resultó que ni siquiera hizo falta, pues les falló su socio anticonstitucional, que no disimula su anticonstitucionalismo, como ellos. Ya decía Hegel que un geniecillo irónico mueve los hilos de la historia. Como no saben hacer otra cosa que mentir, acusan al juez de actuar por razones políticas. Cuando, visto el atestado, los delitos que enumera y las pruebas que aporta, el juez se limitó a abrir causa a los urdidores de un golpe, «comparable al 23-F», que la huida de Marta Rovira refuerza por riesgo de fuga y reiteración delictiva. Llarena me recuerda al juez Sirica, instructor del caso Watergate, que aguantó todas las tarascadas hasta demostrar que el robo en la oficina electoral demócrata había sido tramado en la Casa Blanca, lo que obligó a dimitir a Nixon por no haber respetado las normas. Al ser los secesionistas catalanes incapaces de resistir la tentación de violarlas, despidieron su procés con una felonía: ya que no podían elegir a Turull con otra votación, so pena de ir a acompañarle a la cárcel, escenificaron en el parlament un auto de fe de la democracia española, con aires de movilización ciudadana. El derecho al pataleo. ¿Echarán mano de los tumultos callejeros tras su fracaso? No me extrañaría. No aceptan la legalidad española, no tienen una propia, y se han creído sus mentiras. La fórmula infalible de fracaso tras fracaso. Tras demostrar que no saben ganar, demuestran no saber perder. A mi me preocupan más los españoles que piden la puesta en libertad de unos fanáticos que donde más seguros están es en una celda. Al tiempo que nosotros.

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