Editorial ABC

Jarro de agua helada en la economía

Es preciso un debate realista sobre los peligros que acechan a los números en España, pero resulta impopular y nadie quiere liderarlo

ABC

LA OCDE ofreció ayer un diagnóstico muy preocupante sobre la evolución del crecimiento económico en todo el planeta. Como primera providencia, rebajó su previsión de crecimiento en lo que resta de 2019 y en 2020 hasta el nivel más bajo en una década, y por tanto el más desalentador desde la anterior crisis financiera. La OCDE no ahorra en calificativos como «futuro oscuro», «fragilidad» o «incertidumbre», especialmente para la Eurozona, y alertó de las pésimas consecuencias que tendrán un Brexit duro, los destrozos financieros que ocasionará la guerra comercial entre Estados Unidos y China, y la antesala de una recesión en Alemania. El pronóstico no es halagüeño, aunque es cierto que de momento España resiste la embestida. La previsión a nivel mundial es que 2019 concluya con un crecimiento del 2,9 frente al 3,2 previsto el pasado mes de mayo, y que 2020 termine en el 3 por ciento frente al 3,4 calculado. Por tanto, el crecimiento se ralentiza y provoca el riesgo evidente de un contagio para el empleo con consecuencias muy negativas. Con todo, lo peor del informe de la OCDE es que no se trata del embrión de una crisis coyuntural o momentánea, o de un bache en una senda de crecimiento garantizado. Muy al contrario, es una incipiente reedición de la crisis que en 2008 cambió al planeta, y llegará con vocación de permanencia.

España, aún sostenida por los Presupuestos Generales aprobados en 2017 por Mariano Rajoy, no parece enfrentarse por ahora a los mismos peligros que Alemania o el Reino Unido. Nuestro soporte económico es más solvente, pero nadie sabe calcular aún cuánto durará ese delicado equilibrio en la medida en que el efecto dominó en una economía globalizada es inevitable. Por eso resulta sorprendente que en la pugna política que está sometiendo a España a este bloqueo institucional inane, ningún candidato hable nunca de economía ni de los riesgos reales que se avecinan. La clase política está secuestrada por sus propias obsesiones y por su tacticismo. No hay un debate político serio sobre el bolsillo de los ciudadanos mientras la amenaza se cierne sobre el empleo, el déficit público, la deuda o la infrafinanciación de las autonomías. El gran debate público durante la nueva campaña electoral debería ser el económico, sencillamente porque es el que más preocupa al ciudadano medio, que siempre es el primer afectado por las crisis y el último en salir de ellas. A España no le hacen falta falsas promesas sobre crecimiento ni más mentiras amparadas en la etiqueta de un progresismo buenista que acabe acribillando a impuestos a la clase media. Es preciso un debate realista sobre los peligros que acechan a los números en España, pero resulta altamente impopular y nadie quiere liderarlo. España llegará tarde otra vez mientras los partidos se desguazarán en bizantinas discusiones sobre coaliciones y alianzas. Nada nuevo bajo el sol.

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