Irán gana tiempo a costa de Europa

Si las sospechas han marcado la actitud que suscitaba en Occidente el régimen teocrático de Teherán, los últimos acontecimientos han confirmado que la política mantenida por la diplomacia europea no era la más adecuada. La Alta Representante, la socialista italiana Federica Mogherini, peca de exceso de ingenuidad cuando se trata de negociar con dictaduras, sobre todo aquellas que actúan abiertamente en contra de los intereses del mundo libre.

El caso de Irán no admite ya dudas. Aunque el acuerdo para limitar sus capacidades nucleares a cambio del fin de las sanciones fuera una buena idea, lo que no ha funcionado ha sido, precisamente, la falta de claridad de la dictadura de los ayatolás, que nunca han tenido la voluntad necesaria para demostrar su buena fe, puesto que sus actividades subversivas en su área de influencia siguen contribuyendo a la inestabilidad en esa parte del mundo. Las últimas dudas sobre la voluntad de Irán de renunciar al arma nuclear se disiparon ayer, tras convertir su respuesta a la decisión de Washington de abandonar el tratado en una amenaza directa contra Estados Unidos y Europa. Igual le sucede a Mogherini con la dictadura venezolana, incapaz de distinguir entre víctimas y verdugos, entre los venezolanos que claman por su vida y el tirano que ha destruido uno de los países más ricos del mundo.

Es cierto que la política exterior europea está hecha con el difícil consenso de los países miembros, y que la UE no siempre tiene medios para imponer sus tesis. Pero la Alta Representante tiene suficiente margen de maniobra para discernir el bien y el mal, o al menos, la opción menos mala, en lugar de optar siempre por la más humillante, aunque parezca más atractiva.