Ignacio Camacho

El hombre de moda

En la recepción de Palacio, la industria del poder saludó ayer a Rivera con un aleteo novelero, expectante e interesado

Ignacio Camacho
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Mientras en algún lugar de España Pablo Iglesias trabajaba silencioso e incansable por la justicia social, en el Palacio Real Albert Rivera presentaba ante los Reyes sus credenciales como hombre de moda. Al igual que empieza a suceder en las encuestas de opinión pública, el líder de la derecha bonita le madrugó el protagonismo al de la izquierda robespierrina. Si el jefe de Podemos pretendía marcar la huella de su ausencia fue víctima de un error de cálculo que habrá lesionado su ego cósmico. Rivera no sólo venció el combate de los pesos medios por incomparecencia del adversario; rodeado de novelera atención mediática eclipsó a los pesos pesados y se convirtió en la estrella de la jornada, objeto y sujeto absoluto del interés colectivo de la casta.

Los periodistas aleteaban a su alrededor, las damas se disputaban su saludo, los empresarios codeaban para hacerle corrillo y los diplomáticos buscaban a alguien que se lo presentara. Hubo hasta selfies con él, y no pocos; sólo el reciente retrato de la Familia Real de Antonio López, colgado en uno de los salones, le disputó la primacía fotográfica. Un posado con Pedro Sánchez, solicitado por la prensa, despertó especulaciones premonitorias. Ministros y dirigentes del PP, súbitamente preteridos por el brillo del nuevo cometa, contemplaban tanta expectación con el aire entre celoso y derrotista de quien no encuentra nada que reprocharle al tipo que está a punto de levantarle a la chica.

A diferencia de Iglesias, devorado por su inflamada autoestima, el personaje del momento parece controlar bien el vértigo de la notoriedad sobrevenida. No se le hunden los pies en las alfombras, entre otras cosas porque ayer no había alfombras en Palacio. Se mueve en el volátil círculo de las élites con aplomo, cordialidad y cautela, sabedor de que cada halago esconde un tanteo de favores y de que cada sonrisa anuncia una posible dentellada. La recepción, pese a su habitual escenografía de tapices y alabarderos de gala, no era una fiesta cortesana sino una cumbre de la industria del poder, y los que le bailaban el agua le caerán encima en enero con una urgencia de presiones y un apremio de influencias. Pero en este preciso instante se muestra consciente de su peso específico y dispuesto a hacerlo valer mientras pueda. En una charla de apariencia distendida soltó al bies un mensaje que era una mezcla de desafío y de declaración de fuerza. Se hablaba de la precampaña electoral y de la renuencia marianista a comparecer en un debate a cuatro. «¿Y así quiere ser presidente? Me dicen en el PP que el liderazgo de Rajoy es incuestionable en cualquier pacto. Incuestionable. Y yo digo: ¿dónde está ese liderazgo?». Cristina Cifuentes, que no había oído la frase, lo agarró del brazo, le llamó «socio», bajó las pestañas y dijo que venía «a hacerle ojitos». Pero aquello había sonado como una advertencia. Y lo era.

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