Hermanos venezolanos

España debe intervenir urgentemente en auxilio del pueblo venezolano

Juan Manuel de Prada

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Acabo de visitar la hermosa ciudad de Quito, donde tuve ocasión de ver a multitud de venezolanos que enarbolaban carteles en los que imploraban caridad a los transeúntes y explicaban las atroces circunstancias de su éxodo. En todos aquellos carteles se podía leer el mismo exordio: «Somos hermanos venezolanos». Y eran hermanos venezolanos muy jóvenes, rebozados de mugre y de tristeza, los muchachos con la mandíbula tensa y la mirada humillada, las muchachas prematuramente ajadas, con el rostro estragado por las lágrimas y el insomnio, conscientes de que se asomaban a los precipicios de la delincuencia y la prostitución. Se me abrieron las carnes en las calles de Quito ante el drama de estos hermanos venezolanos que habían abandonado desesperados su patria. Luego, recién aterrizado en España, me tropiezo en la revista «XL Semanal» con un estremecedor reportaje fotográfico que nos muestra la situación pavorosa de la sanidad venezolana, en donde ya no hay ni siquiera camillas para acostar a los enfermos, mucho menos medicinas para atender las dolencias más comunes.

Y ante la situación de emergencia extrema que viven nuestros hermanos venezolanos, ¿qué hacemos en España? Adherirnos a las posiciones de la «comunidad internacional», en su cerco al régimen de Maduro; pero ese cerco está contribuyendo a estrangular al pueblo venezolano. España tiene con Venezuela una antigua, permanente, irrompible relación que tiene que sobreponerse a cualquier avatar político, incluso cuando el avatar político provoque nuestro rechazo. España no puede sumarse lacayunamente a las medidas decretadas por los Estados Unidos contra el régimen de Maduro; España debe anteponer los indestructibles lazos humanos que nos vinculan con un pueblo hermano que es sangre de nuestra sangre. Me parece excelente que se denuncien, desde las cancillerías y desde los medios de comunicación, los abusos de régimen de Maduro; pero nuestros deberes de sangre con el pueblo venezolano no pueden supeditarse a coyunturales disensiones ideológicas, mucho menos a mandatos de potencias extranjeras. España no puede permitir que en los hospitales venezolanos nuestros hermanos agonicen entre la cochambre; España no puede permitir que los jóvenes venezolanos deambulen por otros países del continente, en un éxodo atroz, asomándose a los precipicios de la delincuencia y la prostitución. España debe intervenir con urgencia, fletando barcos y aviones con alimentos y medicinas que mitiguen los padecimientos de nuestros hermanos venezolanos. Así, además de cumplir con una obligación de consanguineidad, España se investirá de una mayor autoridad en su denuncia de los abusos del régimen de Maduro.

La situación de emergencia extrema en la que vive el pueblo venezolano es un asunto de familia. España no puede ser una madre desnaturalizada que, después de casarse en segundas nupcias con un millonetis, se desentiende de sus hijos. España debe intervenir urgentemente en auxilio del pueblo venezolano, víctima de sus gobernantes y de una «comunidad internacional» que, en su obsesión por derrocar a Maduro, está permitiendo impertérrita que el pueblo venezolano se desangre y fenezca. La obligación (que es también un designio) de España es –como escribía Rubén– formar con nuestros hermanos, que son «sangre de Hispania fecunda», un «sólo haz de energía ecuménica»; y esta obligación (que es también un designio) no la puede impedir ningún avatar político. Si España ha olvidado esta evidencia es porque ha dejado de ser España y se ha convertido en una colonia lacaya de sórdidos intereses extranjeros.

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