Editorial ABC

La guerra comercial es un suicidio

Lo más grave no es que nadie gane, sino que todos pierdan. El descenso del comercio internacional puede precipitar una nueva recesión

ABC

El recrudecimiento de la guerra comercial entre EE.UU. y China constituye un suicidio económico, al tiempo que daña gravemente las relaciones diplomáticas, con todo lo que ello supone para el crecimiento y la estabilidad mundiales. La preocupación sobre los efectos del proteccionismo centra, de hecho, la cumbre del G-7 en Biarritz, y no es para menos, puesto que la economía global depende, en gran medida, de la evolución de este conflicto. El problema, sin embargo, es que lejos de remitir, las tensiones comerciales aumentan, espoleadas ahora por nuevas amenazas sobre productos de origen europeo. Washington y Pekín han caído en una peligrosa espiral de acción y reacción que parece no tener fin, de modo que la crisis empeora y promete llevarse por delante a otras muchas economías.

La última ronda arancelaria tuvo lugar el pasado viernes, después de que China anunciara una subida fiscal de entre el 5 y el 10 por ciento sobre 5.078 productos procedentes de EE.UU. por un valor agregado de 75.000 millones de dólares. La respuesta de Trump no se hizo esperar: contestó con un aumento inminente de los aranceles sobre las importaciones chinas de 5 puntos adicionales, hasta una horquilla final de entre el 15 y el 30 por ciento. Un terrible error. En primer lugar, porque, jurídicamente, esta escalada vulnera todos los principios de la Organización Mundial del Comercio, encargada de regular el mercado exterior a través de acuerdos internacionales. En segundo término, porque toda guerra comercial es un juego de suma cero en el que ninguno de los intervinientes gana. El proteccionismo que defiende Trump se asienta sobre la errónea idea de que el incremento de las tarifas beneficia a la industria norteamericana frente a la fuerte competencia china, pero la realidad es muy diferente. Son los consumidores estadounidenses, no las empresas chinas, quienes pagan esos impuestos mediante subidas de precios. Además, las compañías norteamericanas también se ven afectadas, puesto que buena parte de las importaciones del gigante asiático son bienes intermedios y de capital que contribuyen a mejorar su productividad.

Y todo ello sin contar que la respuesta arancelaria de China golpea a los exportadores de la primera potencia mundial. Las trabas de Pekín cosechan idénticos efectos negativos sobre su economía. Así pues, lo más grave ya no es que nadie gane, sino que todos pierdan. El descenso del comercio internacional fruto de este conflicto podría provocar una nueva recesión global. Ni las urgencias electorales de Trump, con la vista puesta en las presidenciales de 2020, ni el empeño de Xi Jinping por escenificar la fuerza del gigante asiático están justificados, pues el daño puede ser irreparable.

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