EDITORIAL ABC

España necesita más concordia

Aquel clima de entendimiento político que fraguó la Transición, la atmósfera del consenso y la admiración por los rivales políticos deberían ser norma y no excepción

Isabel Permuy

ABC

El fallecimiento de Alfredo Pérez Rubalcaba no ha causado solo un gran pesar en el seno del PSOE, partido en el que militó desde muy joven, sino también en otras formaciones de signo ideológico muy diferente. El clima de concordia política que se ha vivido en los últimos días, especialmente en la capilla ardiente instalada en el Congreso de los Diputados, demuestra que, como cuestión de fondo, el entendimiento en España es posible, muy por encima de la coyuntura y los conflictos en el día a día de nuestra nación. Demuestra, en definitiva, que aquel clima de entendimiento político que fraguó la Transición, la atmósfera del consenso y la admiración por los rivales políticos, deberían seguir formando parte de España de manera cotidiana, y no solo como excepción. Es una lástima que tenga que morir una figura política de gran recorrido para que nos demos cuenta de que el sectarismo, la radicalización y el populismo están emponzoñando nuestra política sin necesidad. Salvo excepciones poco ejemplares, ha habido una práctica unanimidad política en el elogio a la figura de Pérez Rubalcaba en el momento de su adiós, a pesar de que en una trayectoria tan dilatada también hay errores. La Monarquía y todas las estructuras del Estado le han agradecido sus servicios con una emoción palpable. Por eso haría bien la sociedad y todos los partidos que ahora convierten cada campaña electoral en un ejemplo de encanallamiento innecesario en tomar nota de la atmósfera sensata que se ha vivido. Esperamos también que un consenso similar se registre cuando la pérdida sea en el arco conservador.

España sigue necesitando consensos y no chantajes separatistas, odios cainitas, partidos que se desguazan entre sí, rupturas parlamentarias o bloqueos institucionales. La reivindicación de la España dialogante, más afectiva, se está convirtiendo en una urgencia. España no necesita más adoctrinamiento ideológico basado en el revanchismo. La política exige pluralidad y discrepancia, faltaría más, porque es legítimo, y hasta vivificante, que una democracia albergue ideologías meridianamente distintas. Más aún, la libre decantación ideológica es la esencia de la democracia. Pero cuando la política se banaliza, cuando se desprecia el sentido de Estado o cuando se justifica cualquier medio para la eliminación del oponente, una democracia pierde salud.

La muerte de Pérez Rubalcaba ha supuesto en cierto modo un reencuentro anímico con algo que debería ser inmutable, y que nuestra política estaba rompiendo. Ahora toca conservarlo, aprender de los errores y no convertir el homenaje a un símbolo del PSOE en un mero oasis para regresar mañana a un odio cerval que la sociedad no merece, o al habitual intento de imponer el progresismo como una ideología casi obligatoria.

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