EDITORIAL

Una tormenta perfecta

La crisis de abastecimientos que sufre el planeta, que multiplica sus efectos con la subida del precio de la energía, hiere gravemente a la recuperación tras la pandemia

Editorial ABC

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La interrupción de las cadenas globales de abastecimiento, consecuencia de la parálisis económica que el año pasado provocó el Covid-19, sacude con fuerza a los mercados internacionales, que aún tardarán meses en recuperar el ritmo de los flujos comerciales previos a la pandemia. El resultado provisional es una grave crisis de suministros -no solo lesiva para los sectores tecnológico e industrial, los más sensibles a la falta de componentes y los primeros en dar la voz de alarma- que desde hace semanas está contribuyendo al incremento de los precios y a la pérdida de poder adquisitivo por parte del consumidor. Al alza del coste de la energía, imparable hasta el segundo semestre del año que viene, según las previsiones que maneja el FMI, se suma esta nueva variable, también coyuntural, pero cuyos efectos amenazan con prolongar durante meses las altas tasas de inflación y complicar la recuperación económica. Los costes de producción se multiplican, los exportadores alertan de los efectos del alza de la energía y de la falta de suministros, algunas fábricas detienen incluso su maquinaria y en vísperas de Navidad, temporada alta del consumo doméstico y las grandes compras, el mercado traza una línea de precios alcista que, a la espera de que las aguas vuelvan a su cauce, retrae el gasto e impide la dinamización espontánea de la economía. La tormenta es de nuevo perfecta, y son los países que más PIB perdieron durante la crisis del año pasado -con España a la cabeza del club de la OCDE- los que más van a sufrir este episodio, no tan pasajero como se esfuerza en señalar el Gobierno. Cualquier nuevo retraso de la recuperación contribuirá a aumentar el agujero, ya insostenible, de la deuda y del déficit público, que según Eurostat llegaron al 122,8 y el 7,3 por ciento del PIB, respectivamente, en el segundo trimestre.

Presentado con el exceso de confianza y la irresponsabilidad pública que caracteriza al Gobierno, el proyecto de Presupuestos Generales del Estado no solo representa un brindis al sol del electoralismo, sino una declaración de intenciones sobre los verdaderos planes de un Ejecutivo cuyas previsiones se centran más en sus intereses políticos, basados en el clientelismo, que en el interés general de una nación cada vez más hipotecada. Las ayudas procedentes de Bruselas, cuya gestión y distribución añaden aún más sombras al panorama de los próximos ejercicios, no van a ser suficientes para sostener el castillo en el aire que levanta el sanchismo, de espaldas a las previsiones -alguna tan próxima y fiable como la del propio INE- que alertan sobre la incoherencia, puramente táctica, de sus planes. No solo los presupuestos del despilfarro, o de la «recuperación justa» que vende La Moncloa, amenazan una rehabilitación económica ya muy tocada por factores exógenos. La contrarreforma laboral con la que amaga el Ejecutivo, cautivo de su propia demagogia, impracticable a ojos de la Unión Europea que financia tanto delirio, y las políticas intervencionistas, como la sufrida por las compañías eléctricas, añaden factores de riesgo a la economía nacional.

El Gobierno de Sánchez no puede legislar contra cada sector que experimente un alza de los precios como consecuencia de las convulsiones del mercado de la energía o de la red de abastecimientos. Le basta con renegar del triunfalismo que tantas desgracias ha provocado en España y, a través de una cura de humildad, reconocer que no es mejor momento para despilfarrar el dinero de todos, o el prestado, ni para poner piedras en las ruedas de una industria de la que dependen la riqueza, el empleo y el bienestar.

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