EDITORIAL

Más sanciones contra Rusia

Las penalizaciones impuestas a Moscú tendrán un precio elevado también para la UE, y a pesar de que será menor que el que supondría una guerra, hay que estar dispuestos a pagarlo

Editorial ABC

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Al militar y político prusiano Carl von Clausewitz se le atribuye la idea de que la guerra es la continuación de la política por otros medios, aunque los hechos dramáticos que estamos viviendo en estos momentos en la frontera entre Rusia y Ucrania confirman que la paz que hemos vivido estos últimos treinta años habría sido la continuación por otros medios de la guerra, aquella que llamábamos ‘fría’ y que creíamos terminada con la disolución de la vieja dictadura comunista que gobernó lo que fue la Unión Soviética. Las sanciones económicas que han impuesto la Unión Europea y Estados Unidos como respuesta a la violencia esgrimida por el autócrata ruso Vladímir Putin constituyen una última expresión del deseo de eludir el horizonte terrorífico que representaría una guerra en suelo europeo.

Tanto norteamericanos como europeos han optado por escalar el grado de esas sanciones, llevándolas a la altura de los desafíos que asume el régimen ruso en su ofensiva contra la integridad territorial de Ucrania, por lo que han preferido no poner sobre la mesa todo el paquete de recursos punitivos que han estado estudiando en las últimas semanas. Lo han hecho, sin duda, conscientes de que existen pocas probabilidades de que esta primera andanada pueda tener el efecto esperado -contener la agresión del Kremlin-, pero al mismo tiempo con la pretensión de que sirva para mostrar claramente la determinanción del mundo libre de no dejar impune una agresión intolerable contra un país soberano.

Vladímir Putin espera probablemente que las sociedades europeas vacilen ante el coste que la aplicación de esas sanciones tendrá también para ellas, ahora que la UE pensaba que la pertinaz pandemia podía quedar atrás y que la economía empezaba a recuperar el impulso que necesita para volver a los niveles precrisis. Putin también cuenta con el apoyo directo e indirecto del régimen chino, que tiene sus propios intereses, pero que comparte con Rusia la alergia hacia la libertad y la democracia. La experiencia en general confirma que el mecanismo de las sanciones, tal como se ha aplicado hasta ahora, tiene una eficacia limitada, porque estas no han logrado el objetivo con el que fueron diseñadas en casos tan emblemáticos como Cuba, Venezuela e Irán, o como el de la misma Rusia después de su anexión ilegal de la península de Crimea.

Por ello es tan importante tener en cuenta que en esta ocasión tendremos que asumir un coste a la altura de la trascendencia de este momento histórico, en el que está en juego mucho más que el futuro de un par de regiones de un país situado en los confines de nuestro espacio de influencia. Rusia es un país muy poderoso desde el punto de vista militar, y Putin ha demostrado que no tiene inconveniente en utilizar ese poderío para avasallar a sus vecinos, cada vez con más descaro. Lo hizo en Georgia, lo está haciendo por segunda vez en Ucrania y la experiencia histórica demuestra que si no logramos pararle los pies lo hará en otros países, ya sea en el Báltico o en otros lugares de Europa. Ante la gravedad del momento hay que recordar que esas sanciones tendrán un precio elevado también para nosotros y que, a pesar de que será infinitamente menor que el que supondría el estallido de un conflicto generalizado, hay que estar dispuestos a pagarlo, o prepararse a asumir las consecuencias que tendría dejar impune una actitud violenta, contraria a las reglas más elementales del Derecho Internacional.

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