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¿Hubo un 1-O en Cataluña?

Sánchez solo ve Cataluña como un cazador de oportunidades políticas. Si el separatismo está debilitado, y así es, haría mejor en terminar de hundirlo y no en reflotarlo con su ‘diálogo’

Editorial ABC

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Al independentismo catalán le ha fallado la épica como recurso de memoria histórica en el aniversario del 1-O. Cuatro años después de aquel asalto anticonstitucional perpetrado por el gobierno y el Parlamento catalanes, el presidente Pere Aragonés despachó ayer la efeméride con un discurso de pocos minutos ante su Ejecutivo repitiendo el mantra de que «volveremos a hacerlo». Lo que está por determinar es qué es lo que exactamente están dispuestos a volver a hacer, porque después de exponer a miles de catalanes a las legítimas consecuencias de alterar el orden público aquel 1 de octubre de 2017, los dirigentes de la declaración unilateral de independencia tardaron poco más de un minuto en dejarla sin efecto, como hizo Carles Puigdemont. ¿Es esto lo que volverán a hacer? A continuación, el Estado aplicó el artículo 155 de la Constitución y la administración autonómica funcionó sin reservas a las órdenes de los respectivos responsables designados por el gobierno central. ¿Es esto lo que volverán a hacer? Luego, en cuanto la Fiscalía General del Estado presentó las oportunas querellas contra los instigadores de la intentona sediciosa, algunos se quedaron a afrontar las consecuencias, pero el máximo responsable, Carles Puigdemont, huyó en un maletero. ¿Es esto lo que volverán a hacer? Y finalmente, la Sala Segunda del Tribunal Supremo condenó a nueve dirigentes independentistas por los delitos de sedición, malversación y desobediencia a varios años de cárcel, de la que se han librado por un indulto del Estado al que combaten. ¿Es esto lo que volverán a hacer?

El 1-O fue un retrato de todo cuanto el independentismo representa de antidemocrático y su cuarto aniversario es el retrato de su actual impotencia política. Lo peor para los catalanes es que su independencia llega a estar dirigida por este cuadro de líderes sin proyecto, sin ideas y acostumbrados a sembrar conflictos, porque ya no saben vivir en una situación de tranquilidad democrática y de seguridad jurídica. El independentismo es, ante todo, un factor de crispación entre catalanes, porque en lo que se refiere al Estado, los dirigentes de ERC, Junts y la CUP ya saben cómo responde. Ellos lo llaman represión, pero no es más que la fuerza legítima del Estado democrático y de Derecho.

Si alguna esperanza le queda al independentismo de seguir lastrando la vida política es la complicidad del Gobierno del PSOE y Unidas Podemos. Es decir, la esperanza del independentismo es Pedro Sánchez. Resulta preocupante la tendencia del PSOE de ayudar a los peores enemigos de la democracia a remontar sus crisis. Lo hizo con el mundo etarra y proetarra desde 2005, para ahora poder pactar con EH Bildu; y lo hace ahora con el independentismo catalán. Un diagnóstico constitucionalista y patriota de la situación en Cataluña debería hacer ver a Pedro Sánchez que es el momento de aprovechar la debilidad, la división y el enconamiento entre separatistas; de apostar públicamente por la entrega inmediata de Carles Puigdemont; y de militar activamente en Cataluña por la vigencia de la Constitución.

Sánchez no hace ese diagnóstico porque busca rendimiento político en la crisis del nacionalismo, presentándose a los separatistas, según la coyuntura, como un socio leal o como un mal menor frente a una posible mayoría absoluta de centro derecha. La realidad es que Sánchez no ve Cataluña con ojos de presidente de Gobierno de un Estado constitucional, sino como un cazador de oportunidades políticas para asegurar el amarre del poder, siempre, eso sí, con la directriz de que cualquier aliado es bueno con tal de no pactar con el PP. España está perdiendo una buena ocasión para rematar las consecuencias del 1-O.

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