Editorial

La economía, arma y víctima

El crecimiento global, los precios y los mercados sufrirán con la agresión a Ucrania, pero Rusia se ha blindado ante las sanciones

Editorial ABC

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Además de un campo de batalla, la economía global también será víctima de este nuevo ‘shock’ de oferta que significa una invasión, cuando aún no acaba de recuperarse de los efectos de la pandemia. Aunque no se sabe cuánto durará el conflicto ni bajo qué forma se acabará desarrollando, hay tres áreas que inmediatamente acusan la incertidumbre: el crecimiento, los precios y los mercados de valores. Los organismos internacionales están evaluando el impacto sobre el PIB, pero el hecho es que el FMI había rebajado recientemente sus expectativas de crecimiento para 2022 al 4,4%, medio punto menos que en octubre. Con la invasión de Ucrania, ya se puede dar por enterrada la tesis de que la inflación iba a ser un fenómeno pasajero. La inestabilidad de los precios probablemente será el factor que más daño ocasione en la economía española. Y esto supondrá una tensión adicional para la política monetaria de los bancos centrales que está en plena revisión. Por último, los mercados han sido sorprendidos en un momento de incertidumbre, donde no estaba claro si iban a seguir subiendo o corregirían con fuerza.

Lo que no tiene sentido es engañarse pensando que como Rusia solo representa el 3% de la economía mundial el impacto será menor y temporal. La economía ocupa un aspecto central en la estrategia de Vladímir Putin. La insidiosa conexión con el bienestar de los europeos, un factor que determina la disposición de las sociedades a asumir sacrificios, es bien conocida por el líder del Kremlin. Y el análisis está lleno de paradojas. El gas ruso, que Alemania compra con avidez, subió el día de la invasión hasta un 62%. Sólo con los excedentes generados por este precio, Putin ya puede costear parte de su aventura militar. Este hecho es muy ilustrativo de las estrategias divergentes que desde 2014, cuando la revolución del Euromaidan sustrajo a Ucrania de la égida moscovita, han seguido los líderes de la Unión Europea y de Rusia.

Mientras los primeros han confiado en la tesis germana de que hay que forjar un entramado de relaciones económicas con Rusia que creen una dependencia mutua y le hagan ver las ventajas de la cooperación sobre el conflicto, el Kremlin no ha hecho otra cosa que adaptar su economía para que las eventuales sanciones resulten asumibles. La ‘fortaleza’ económica de Putin tiene una deuda pública de en torno al 20% de su PIB, por lo que depende poco de los mercados de capitales occidentales. En 2021, además, triplicó el saldo positivo de su cuenta corriente, que llegó a 107.000 millones de euros, casi cinco veces el que tendrá España en el mismo periodo, pese a que el tamaño del PIB ruso solo nos supera por 170.000 millones. Rusia es el quinto país con más reservas internacionales (560.000 millones), por detrás de China, Japón, Suiza y la India.

Por contra, Alemania no ha hecho otra cosa que hacerse más dependiente del gas ruso con su política de cierre de sus centrales nucleares. El debate registrado ayer entre los socios europeos, donde Alemania e Italia se opusieron a la desconexión de Rusia del sistema Swift (un mecanismo de codificación bancario que hace posibles las transferencias internacionales) argumentando que tendría efectos dañinos para las economías europeas, deja a las claras la división de la Unión Europea a la hora de defender sus intereses. Por una parte, la UE no quiere terminar el diálogo con Rusia y eso explicaría que no se hayan cortado las relaciones diplomáticas ni las conexiones aéreas, y que se produzca la paradoja de que mientras se recomienda a los ciudadanos europeos que abandonen Ucrania, no se les invite a salir de Rusia.

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