Editorial

Cuba, más pobreza, menos libertad

El forzoso relevo de Raúl Castro al frente del comunismo cubano no supondrá más aperturismo, más derechos y más libertad. Invocar aún el leninismo ya retrata su futuro

Editorial ABC

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Desde ayer, el castrismo empieza a ser historia en Cuba, pero solo en lo relativo a la presencia del apellido Castro al frente del Partido Comunista, en su comité central y en su buró político. En lo demás, la elección de Miguel Díaz-Canel como primer secretario del partido solo garantiza más continuidad en la gestión de la miseria, más oscurantismo político y cerrazón, y más ralentización en la resolución del drama humano que viven los cubanos desde hace más de medio siglo. De hecho, los documentos aprobados durante la celebración del VIII Congreso del Partido Comunista en la isla demuestran que seguirá siendo «único, martiano, fidelista, marxista y leninista». Esta tarjeta de presentación lo dice todo sobre la caduca estructura política con la que la dictadura pretende iniciar una nueva etapa, que en realidad nada tiene de innovadora porque los modos y maneras serán los arcaicos que siempre impuso Fidel Castro: habrá el mismo control de represión soviética contra los disidentes, y cualquier atisbo de aperturismo hacia un régimen de libertades, o como mínimo hacia una incipiente democracia, va a seguir siendo una quimera. Mientras no se produzca una rectificación drástica en el rumbo político en un régimen podrido desde su misma raíz, el mantenimiento del sistema vigente de sanciones internacionales será inevitable.

De momento, la apariencia de aperturismo vivida desde la muerte de Fidel Castro, y durante el mandato de su hermano Raúl, ha sido imperceptible en tres ámbitos. La democratización interna es solo palabrería, y la purga de opositores es una constante. ABC ha relatado estos días cómo decenas de activistas políticos contrarios al régimen, artistas críticos y periodistas señalados han permanecido sitiados en sus domicilios por los órganos represivos de la seguridad del Estado cubano. Se ha interrumpido el acceso a internet, se han militarizado barrios de la capital, y se ha linchado mediáticamente a los intelectuales opuestos a la pantomima preparada por el Partido Comunista para el relevo del enfermo Raúl Castro. En segundo lugar, la vulneración de los derechos humanos y las restricciones flagrantes de libertad siguen siendo sistemáticas. El informe que Raúl Castro ha elevado al congreso sucesorio menciona la «voluntad de desarrollar un diálogo respetuoso y edificar un nuevo tipo de relaciones con los Estados Unidos (…) sin que Cuba renuncie a los principios de la revolución y el socialismo». Planteado en esos términos, no parece sencillo que el neocastrismo sin los Castro vaya a convencer a Joe Biden de lo que sí convenció a Barack Obama en su momento, sin ningún resultado favorable a los derechos humanos. Y en tercer lugar, no ha habido ninguna mejora en la modernización de un país que continúa sumido en la pobreza de las libretas de racionamiento, y en el que solo en los últimos cuatro meses los cubanos han perdido prácticamente la mitad de su poder adquisitivo. El resultado sigue siendo el mismo: colas del hambre, represión, alianza de corte bolivariano frente al progreso real, y sobre todo, carencia de derechos, libertades y garantías.

En muchos aspectos, la cubana sigue siendo una dictadura criminal sin capacidad de ofrecer una proyección de futuro sólida para sus ciudadanos. El inmovilismo en el Partido Comunista así lo atestigua, y aunque la disposición de Estados Unidos y de Europa a promover políticas democratizadoras sea siempre una ventana de oportunidad, lo cierto es que hasta que el poscastrismo tome conciencia de que lo relevante es emprender el camino de la libertad, poco podrá ayudársele.

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