EDITORIAL ABC

El destino de Ciudadanos

Repetir las elecciones generales no puede ser un fin político, sino la asunción de un fracaso, también de quienes han jugado la carta de una centralidad que debe traducirse en flexibilidad

Albert Rivera e Inés Arrimadas en el hemiciclo del Congreso EFE

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Ciudadanos se ha convertido en la gran incógnita de la política. Surgió como un revulsivo frente al nacionalismo catalán, con un sesgo de centro-izquierda y supo sacudir la resignación que pesaba sobre muchos votantes del PP y del PSC. Su tránsito a la política nacional se hizo a lomos de un cambio de definición ideológica que lo situó en el liberalismo y, a partir de entonces, el objetivo de Albert Rivera fue, a corto plazo, reventar el bipartidismo dirigido por PP y PSOE para, a medio y largo plazo, absorber al Partido Popular y ocupar su plaza en el duopolio de la democracia española. La renovación que prometía Rivera se parecía mucho a un proceso de sustitución en el liderazgo del centro-derecha más que a un cambio de paradigmas en la representación política del ciudadano español.

El acceso a gobiernos autonómicos y municipales, después de una etapa de calentamiento en la oposición o en pactos de investidura, está suponiendo para Ciudadanos un trance traumático, en vez de una experiencia gratificante. El poder no le está sentando bien, hasta el extremo de vivir en una atmósfera de presiones internas y externas, contradictoria con el momento dulce que debería suponer para un partido joven entrar en el ejercicio efectivo del gobierno político y económico. La mayoría de los críticos se van porque reprochan a Ciudadanos que se haya derechizado o enrocado en el «no» al PSOE, movimiento electoral -quizá muy rentable a finales del pasado abril- que Albert Rivera debería replantearse a cambio de cesiones y renuncias por parte del PSOE, un logro que el partido naranja podría anotarse en su haber político y con el que, más aún, contribuiría a la gobernabilidad, en este caso de España, como ya lo ha hecho en Andalucía, Castilla y León o Murcia. Repetir las elecciones generales no puede ser un fin político, sino la asunción de un fracaso, por parte del PSOE, en primer lugar, pero también por parte de quienes han jugado la carta de una centralidad que debe traducirse en flexibilidad. Se trata de forzar un cambio de registro en el PSOE similar al que -al margen de imposturas y exclusiones, a menudo ridículas- Ciudadanos ha provocado en Vox. Ese es el papel de un genuino partido de centro.

Si el error de Rivera fue apostarlo todo a desbordar al PP, el de sus críticos ha sido creer que Ciudadanos podía ganar en todos los frentes. Los partidos liberales en Europa dan para muchos ejemplos de pactos con socialdemócratas, conservadores y verdaderos partidos de extrema derecha. La opción de sustituir al PP ha provocado la actual situación de discordia y desorientación. Condicionar un próximo gobierno de Sánchez puede ser un buen punto de partida para redefinir, a derecha e izquierda, la ruta de una formación superada por su propia ambición.

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