Isabel San Sebastián

Desarmar la memoria

Si ETA hubiese sido derrotada los fines para los que fue creada no se habrían alcanzado en un alto porcentaje

Isabel San Sebastián
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Que ETA entregue su chatarra nada tiene que ver con la paz. La palabra «paz» sugiere la existencia de una guerra entre dos bandos y no el combate del Estado de Derecho contra una cuadrilla de matones actuando de vanguardia armada del nacionalismo, que es el escenario vivido en el País Vasco durante décadas. Tampoco guarda relación alguna la pantomima del sábado con la defensa de la libertad por la que fueron asesinados o se dejaron parte de la vida quienes tuvieron el coraje de hacer frente a los pistoleros. Y desde luego no rubrica ni demuestra la derrota de la banda, como repite machaconamente la versión oficial jaleada por los que saben de esas siglas lo que manda la consigna y poco más.

Es muy sencillo: si la organización criminal hubiese sido derrotada, su brazo político estaría purgando una penitencia decorosa en la ilegaldad; no gobernando múltiples instituciones en el País Vasco y Navarra, para escarnio de los exiliados a golpe de extorsión y amenazas. Si la organización criminal hubiese sido derrotada, ni un solo preso habría salido de prisión sin cumplir íntegramente su condena o, en su defecto, colaborar activamente con la justicia para arrojar luz sobre alguno de los trescientos atentados aún pendientes de resolución y en consecuencia impunes. Si la organización criminal hubiese sido derrotada, los fines para los que fue creada no se habrían alcanzado al setenta u ochenta por ciento. Si la organización criminal hubiese sido derrotada, en la foto de Bayona no aparecerían corbatas y alzacuellos (siempre alzacuellos), sino uniformes de la Guardia Civil o la Policía. Pero a esta sociedad acomodada en su buena conciencia le resulta más confortable la idea de la derrota, más adecuada al final feliz de una película irreal en la que sobran las víctimas empecinadas en defender su dignidad, los agoreros obstinados en poner el dedo en ciertas llagas, la verdad descarnada de lo sucedido desde que Zapatero decidió sentarse a negociar con terroristas.

La premisa de la derrota es tan falsa como necesaria para justificar el auténtico desarme pretendido con esta farsa, que es el de la memoria colectiva. ¿Cómo si no podría pedir Patxi López «generosidad» a la democracia, cumpliendo el augurio formulado hace años por Pilar Ruiz, madre de Joseba Pagazaurtundúa, al pronosticar que el líder socialista, compañero de su hijo asesinado, acabaría helándole la sangre con sus actos? ¿Cómo podría ignorar la Fiscalía las sonrisas cómplices del sacudidor de árboles Arnaldo Otegui y el recogedor de nueces Andoni Ortuzar, flanqueados por una claque podemita, pidiendo al Gobierno colaboración en el empeño de conseguir «una entrega de armas tranquila y segura», se entiende que para los criminales armados? ¿Cómo podría el Ejecutivo francés, en estrecho contacto con el español, «laisser passer» el numerito de los ocho zulos sin más obstáculo que unas preguntas a los correveidiles, citados en calidad de testigos?

El cuento de la derrota es la premisa imprescindible de todo lo que está sucediendo. La base sobre la que se asienta la elaboración final del «relato» a cargo del nacionalismo triunfante, previa cesión de los correspondientes derechos de autor por parte de unos partidos nacionales que solo quieren pasar página y olvidar lo sucedido. El primer capítulo de una formidable falsificación histórica destinada a convertir cincuenta años de terrorismo en un «conflicto» entre fuerzas equiparables en legitimidad, responsables de excesos similares, donde pistola y nuca adquieren la misma dimensión ética, Txapote y Gregorio Ordóñez compiten en heroismo y los presos vuelven a casa a gozar del merecido descanso.

De esa mentira orwelliana va esta última puesta en escena. No hay más.

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