Editorial ABC

Una cumbre de mínimos

Si Francia, con toda su potencia diplomática, solo logró un acuerdo parcial, tal vez no era realista esperar que la presidencia chilena hubiera podido superar lo que no se consiguió en París

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La cumbre sobre el clima que se ha celebrado en Madrid ha vuelto a ser un intento fallido -uno más- de regular de forma homogénea un proceso que por su propia naturaleza afecta de manera diferente a unas regiones del mundo respecto a otras, donde a su vez existen circunstancias políticas y económicas completamente divergentes. Los científicos, que de forma casi unánime están de acuerdo en lo esencial, no coinciden tampoco en la intensidad en la que se han de aplicar los remedios y, en todo caso, no aportan siempre la solución a los problemas concretos y a los efectos secundarios que provoca la transición energética, por más necesaria o incluso inevitable que sea. La participación activa en la discusión de las organizaciones ecologistas que solo ven una parte del problema, pero ignoran las responsabilidades que conllevan las decisiones que reclaman en sus manifestaciones, tampoco ha contribuido a facilitar las cosas. Y, finalmente, la ausencia de los países responsables de la mayor parte de las emisiones contaminantes, suponía desde un principio que el resultado tendría forzosamente un valor relativo.

En la parte positiva, tal vez que se haya avanzado aún más en el camino de la toma de conciencia por parte de los ciudadanos de que el cambio del paradigma energético basado en los combustibles sólidos es ya cosa del pasado y que todos tenemos una responsabilidad individual en las pequeñas decisiones cotidianas que afectan a la salud del planeta. Como ha demostrado la Unión Europea poniendo en marcha el «Pacto Verde», la falta de un acuerdo general sobre las medidas más urgentes no impide a nadie adoptarlas por su cuenta, de modo que sus ciudadanos serán los primeros beneficiados. Tenemos la tecnología necesaria y ésta tiene ya un precio competitivo respecto a las energías tradicionales, de modo que aquellos países que se empeñen en ignorar la realidad ahora, deberán asumirla más adelante, quieran o no. La razón por la que no es fácil llegar a un acuerdo es básicamente el dinero y también el hecho de que muchos gobernantes aún no hayan entendido que aunque el coste de la transformación sea relevante, será mucho más elevado afrontar las consecuencias de no hacer nada. Si Francia, con toda su potencia diplomática, solo logró en 2015 un acuerdo parcial, tal vez no era realista esperar que la presidencia chilena hubiera podido superar lo que no se consiguió en París. En todo caso, la organización de la cumbre que España asumió en circunstancias excepcionales, ha demostrado la impresionante capacidad de nuestro país y concretamente de la ciudad de Madrid para llevar a cabo esta tarea con las mejores garantías. Hay pocos países y pocas ciudades del mundo donde algo así hubiera sido posible.

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