Editorial ABC

Contra el terror y por la libertad

El éxito de la manifestación de hoy debe ser, más allá del duelo por las víctimas, una reivindicación de nuestro modelo de vida social y política, por imperfecto que sea

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EL presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha puesto de su parte, para el éxito de la manifestación convocada para hoy en Barcelona, un mensaje de unidad política sin distinciones ideológicas. Además, ha sido muy explícito en el reconocimiento a la labor de los Mossos d’Esquadra, que ha hecho extensivo a la Guardia Civil, al Cuerpo Nacional de Policía, policías locales y servicios de emergencias. Es el contrapunto a los discursos partidistas del nacionalismo y, sobre todo, a las estrategias de ruptura ciudadana promovidas por la CUP y otros grupos de extrema izquierda. Los antisistema de la CUP quieren convertir la manifestación de hoy en una exhibición de su irracionalidad política con un acto previo convocado con mensajes que, como es propio de unos apologistas de la violencia, buscan excusas al terrorismo islamista. De nuevo, como ya hiciera el líder de Podemos, Pablo Iglesias, esta extrema izquierda se apresura a presentar el terrorismo yihadista como una responsabilidad de las democracias occidentales por la intervención aliada que derrocó a Sadam Hussein. Su falta de pudor en el ejercicio de la mentira no tiene límites, confiados en que la agitación de los viejos prejuicios de la izquierda les confiera alguna legitimación. Les da lo mismo que esté demostrada la desvinculación de la guerra de Irak con el 11-M. Lo importante es que los enemigos de la libertad y de la democracia tengan una razón para su comportamiento violento. Los terroristas siempre han encontrado en la extrema izquierda los tontos útiles que barnizan sus crímenes con argumentos atenuantes culpando a las democracias occidentales.

Ha sido un acierto por parte de Mariano Rajoy no implicarse en polémicas divisorias y lanzar un mensaje que una a la sociedad en torno a las víctimas y al rechazo al terrorismo. La unidad social y política es imprescindible para que el Estado se sienta fuerte en un combate que el terror yihadista ha planteado a largo plazo, sin cuartel ni condiciones, e imposible de encauzar mediante negociaciones o transacciones. El fanatismo religioso –porque es religioso– de Al Qaida o del autodenominado Estado Islámico no tiene margen para un acuerdo. Es una guerra terrorista de destrucción, porque sus objetivos –la reconstitución del Califato sobre los territorios de la antigua comunidad islámica– sólo pueden alcanzarse con la eliminación de cuanto signifique libertad, aconfesionalidad, derechos individuales, respeto a la conciencia personal e igualdad entre hombre y mujer.

El éxito de la manifestación de hoy debe ser, más allá del duelo por las víctimas, una reivindicación de nuestro modelo de vida social y político, por imperfecto que sea. Y en el odio hacia ese modelo los terroristas yihadistas siempre se encuentran con la extrema izquierda antidemocrática.

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