La Tercera

«El chapo» Guzmán, la representación de las siete vidas del gato

«Le harían falta dos o tres vidas más pero para pasarlas entre rejas. Aunque ni aún así pagaría por todos sus atroces crímenes. Tras el último plano con el que culmina la serie “El Chapo”, sobre un fondo negro se sobreimpresiona el reconocimiento de Joaquín Guzmán de haber asesinado a “entre dos mil y tres mil personas”. El último plano con el que, a pesar de eso, no se apagará el aura del villano»

Mari Pau Domínguez

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Guadalupe, hermosa mujer de cabello negro como un abismo, está teniendo sexo con su amante, Rafael, un apuesto venezolano que lleva meses seduciéndola hasta conseguir que abandone a su marido, coja a sus dos hijos de cinco y cuatro años, Nataly y Héctor, y se escape con él. Con la última caricia, Rafael la agarra del pelo y la degüella. Después la decapita y guarda su cabeza en una nevera portátil con hielo, que envía al marido. El destino de los pequeños: son drogados y despeñados por un barranco de ciento cincuenta metros de caída libre. La grabación del crimen también es enviada al padre. Se trata de una escena de la serie «El Chapo» (Netflix) basada en hechos reales. Esa fue la venganza, tan verdadera como terrible, del cártel de Tijuana contra «El Güero» Palma, mano derecha del mayor y más sanguinario narcotraficante de la historia, Joaquín «El Chapo» Guzmán Loera, el «patrón» (así se les llama a los narcos líderes mexicanos) del temido cártel de Sinaloa. Los asesinatos y torturas con los que respondía Guzmán Loera a afrentas como la matanza de la familia de «El Güero» no eran menos cruentas ni salvajes. Según un ex miembro de la DEA (Agencia Antidroga estadounidense), «comparado con Al Capone o Charles Manson, “El Chapo” era un niño explorador».

El pasado miércoles 7 de julio la Corte Federal de Nueva York lo condenó a cadena perpetua por participación en organizaciones criminales, distribución internacional de cocaína, heroína y marihuana, y conspiración para asesinar. La sentencia añade otros treinta años por crímenes violentos y veinte más por lavado de dinero, a lo que se suma una multa de 12.600 millones de dólares. Durante el juicio se habló del cártel de Sinaloa como «la organización criminal más poderosa del planeta». El historial delictivo del acusado es tan extenso que al fiscal le llevó seis horas resumirlos en sus argumentos finales.

Sobre «El Chapo» hay libros, series, narcocorridos, y hasta una entrevista en la revista «Rolling Stone»; se han reunido con él en la clandestinidad actores de Hollywood como Sean Penn y Kate del Catillo, protagonista de la serie «La Reina del Sur» basada en la excelente novela de Arturo Pérez-Reverte. El ahora condenado a cadena perpetua es un ferviente admirador de la actriz. Por su parte, Del Castillo la lió en 2012 cuando escribió en Twitter: «Hoy creo más en “El Chapo” Guzmán que en los gobiernos que me ocultan verdades».

Ese hombre poseedor de un rostro inexpresivo que parece estar diciendo permanentemente yo pasaba por ahí, esto no va conmigo, es uno de los peores criminales que se conocen. Ese hombre… ese narcotraficante asesino y torturador ejerce, sin embargo, una poderosa atracción en muchos sectores sociales. Podría parecer un misterio pero la psicología tiene respuestas para ello.

Nos atraen los malos porque representan poder. Desde su posición al margen de la ley y las convenciones sociales, ejercen un dominio que nos está vedado al resto de los seres humanos. Los villanos se atreven a hacer lo que cualquiera de nosotros jamás haría porque nuestra ética y valores nos lo impide. Suelen ser personas independientes que hacen y deshacen a su antojo sin límite alguno hasta alcanzar la cima. Leo que el mexicano José Manuel Cravioto (uno de los creadores y guionistas de la serie que lleva su nombre) considera que «El Chapo» es «un personaje carismático, un antihéroe. Como mexicano puedo entender sus ambiciones y el lugar al que llegó. Lo hizo mal, a punta de plomo, pero en cierta manera es una historia de éxito». De éxito porque procediendo de una pobreza extrema llegó a lo más alto del poder (el letrado de Guzmán, Jeffrey Lichtman, dijo en el juicio que los ex presidentes Enrique Peña Nieto y su antecesor Felipe Calderón recibieron sobornos de millones de dólares de «El Chapo»). «Era un luchador contra su propia pobreza», afirma Gerardo Reyes, director del programa de TV Univisión Investiga en el documental producido por Del Castillo tras su encuentro, en 2015, con el líder de Sinaloa.

La serie «El Chapo» (por cierto muy recomendable para entender la peligrosa alianza entre política y corrupción en México) muestra al temido narco como un hombre cariñoso y afectuoso con su madre, sus muchas mujeres y sus hijos. De hecho las dos veces que fue detenido tras sendas fugas se debieron a lo mismo, al desliz de ver a su esposa y a sus dos mellizas de corta edad mientras le seguían los pasos nada menos que el ejército, la policía federal y la DEA. Así habla de él Kate del Castillo refiriéndose a una carta de su puño y letra que le hizo llegar: «Nunca imaginé que me pudiera escribir de esta manera tan cariñosa. Lo imaginaba como un monstruo pero luego me doy cuenta de que todos tenemos bueno y malo dentro de nosotros». Esto último es cierto, solo que el lado malo no nos lleva a los demás a asesinar ni a torturar a miles de personas, y ni siquiera a traficar con sustancias ilegales que enriquecen a unos pocos al tiempo que matan a las víctimas enganchadas a ellas.

¿Es posible que cuanto más malo se sea, mayor resulte su atractivo? Su abogado mexicano dice que es «una gran persona porque le tiende la mano a la gente, la ayuda». Esa «gran persona» es capaz de asesinar a un hombre precisamente porque se negó a darle la mano. Se trataba de uno de los dos hermanos Carrillo Fuentes, líderes del cártel de Juárez. La ejecución tuvo lugar en 2004 cuando Rodolfo Carrillo salía del cine, en Culiacán, junto a su esposa y a sus dos hijos, los únicos supervivientes, milagrosamente, de la matanza.

Escapó de la justicia durante trece años. «El Chapo» Guzmán es la representación de las siete vidas del gato. Le harían falta dos o tres vidas más pero para pasarlas entre rejas. Aunque ni aún así pagaría por todos sus atroces crímenes.

Tras el último plano con el que culmina la serie «El Chapo», sobre un fondo negro se sobreimpresiona el reconocimiento de Joaquín Guzmán de haber asesinado a «entre dos mil y tres mil personas». El último plano con el que, a pesar de eso, no se apagará el aura del villano.

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Mari Pau Domínguez es escritora y periodista

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