Chantajistas y chantajeados

De momento, están desmontando el Estado de Derecho: fíjense en el acuerdo para quitar al Senado su papel

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez Jaime García
José María Carrascal

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Con la ayuda de secesionistas y extrema izquierda, Pedro Sánchez logró la presidencia, aunque por la puerta trasera. Ahora intenta algo todavía más difícil: mantenerse en el poder al tiempo que paga la deuda contraída. Iglesias le exige acabar con todo rastro del PP, desde el techo de gasto a la reforma laboral. A Sánchez le agradaría, pero conoce las desastrosas consecuencias económicas, así que responde: «Si me tumbas, lo que tendrás será la derecha en el poder. Mejor que negociemos un compromiso». Iglesias lo sabe y accede. Con los nacionalistas, lo mismo. Le exigen el «derecho a decidir», eufemismo de independencia. Sánchez sabe que no ya la oposición, sino su propio partido no se lo consentiría y les hace ver que, como no le apoyen, vendrán quienes, a nada que se extralimiten, aplicarán de nuevo el 155. Ellos aceptan, en espera de que la situación cambie y puedan alcanzar sus objetivos. Chantajistas chantajeados son todos. El miedo les impulsa a esta huida hacia delante, como la de Piugdemont, que se traduce en que Sánchez debe de seguir en La Moncloa. Luego, nadie sabe qué va a pasar, pero la atmósfera se caldea y el primer encontronazo por los lazos ya ha ocurrido. Toda acción conlleva una reacción y sus provocaciones son cada vez mayores.

Mal deben de estar cuando arriesgan tanto, aunque no creo que Torra lance el ataque frontal anunciado, ni que Iglesias asalte el cielo, ni que Sánchez se lo permita porque, además, son cobardes. Pero a la menor oportunidad lo harán. De momento, están desmontando el Estado de Derecho. Fíjense en el acuerdo para quitar al Senado su papel de segunda lectura del Congreso, en el happening en torno a la exhumación de los restos de Franco, en la negativa de apoyo a Llanera, una bofetada no sólo al magistrado, sino al entero sistema judicial español. Lo que tampoco debe de extrañar pues es la última barrera que tienen para desmontar el régimen que nos dimos con la Transición, que secesionistas y extrema izquierda combaten y no parece gustar mucho a los socialistas que nos gobiernan. Principios no tienen, al creerse por encima de ellos. Observen a Sánchez devolviendo a Marruecos a los últimos asaltantes de la valla ceutí sin pestañear, tras recibir a los del Aquarius con banda de música, cuando la cosa se le fue de las manos.

Basta ver cómo la extrema izquierda deja los países donde ha gobernado y la pulsión xenófoba de los nacionalismos, para advertir el riesgo que corremos con un gobierno dispuesto a pactar con ambos. Su plan de batalla es ya clásico: primero, alcanzar el poder por los medios que sean, la mentira especialmente. Luego, arruinar el país, para que sus ciudadanos, convertidos en súbditos, dependan de la limosna estatal. Por último, acabar con las libertades, para que nadie se mueva.

PD. Acabo de enterarme de que el Gobierno rectifica y va a defender al juez Llarena. Esto no es un Gobierno. Es una casa de subastas al mejor postor.

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