Bercow, espectáculo garantizado

El Brexit ha degenerado en un culebrón bastante delirante

Luis Ventoso

Esta funcionalidad es sólo para registrados

El nombre de John Bercow tal vez no les diga mucho. Pero le pondrán cara al añadir que se trata del speaker -el presidente- de la Cámara de los Comunes. Bercow es ese divertido hombrecillo de toga y corbatas florales, con aspecto de Puck travieso de comedia de Shakespeare. Con su voz rasgada exige sosiego a los honorables miembros del Parlamento prorrumpiendo en gritos teatrales: «Order!, order!». Sus ancestros eran judíos rumanos, llegados hace cien años a Inglaterra y de escasa fortuna en ella. Se crió en un suburbio del Gran Londres y su padre conducía un taxi. John comenzó a destacar pronto, por su pericia deportiva y su mente aguda. Llegó a ser el campeón junior de tenis de Inglaterra. Pero unas fiebres crueles truncaron su crecimiento. Se quedó pequeñín y ya no hubo más copas. Luego acudió a una universidad mediocre, lejos de la élite patricia, donde su inteligencia le abrió las puertas del Partido Conservador, casa en la que ha hecho carrera. Lleva diez años como speaker, tiempo en que ha virado desde la derecha al centrismo «tory».

En la alegre primavera de 2015, cuando todavía no existía el Brexit y en Gran Bretaña se hablaba de más cosas, la vida marital de Bercow se convirtió en divertimento nacional. John está casado desde 2002 con Sally, una extrovertida rubia inglesa que le saca un par de cabezas, y son padres de tres hijos. Ella detestaba vivir en el histórico Palacio de Westminster, donde tiene su morada el speaker («no soportaba las goteras, los controles y a todos esos políticos del siglo XVIII mirándome desde los cuadros de los pasillos»). Así que el matrimonio se compró una buena casa en Battersea, frente al Támesis, a donde Sally se mudó con la prole mientras John seguía de Rodríguez en el Parlamento. Mas hete aquí que en mayo de 2015 se presenta en el domicilio de Battersea el simpático «primo Allan» con una botellita de vino (o dos). Sally, por entonces de 45 años, se anima con los efluvios del tintorro y ella y Allan acaban pasándose tres días de fiestuqui adúltera, lance que trasciende. La prensa amarilla londinense, que muerde a sus presas como un rottweiler, se planta ante la casa. Sally, cándida ella, achispadilla y con lagrimones rodando por su rostro rubicundo, les hace la siguiente confesión: «Soy una esposa terrible. Realmente esto del matrimonio nunca se me ha dado bien».

El lío se convierte en un sainete de los tabloides: ¿Perdonará Bercow la cornamenta que le ha plantado Sally, o habrá divorcio exprés? Finalmente, Bercow opta por un magnánimo perdón y proseguir con el matrimonio. Sally se lo agradece, pero a su estilo: «John no es un hombre débil. Simplemente sabe perdonar. El problema es que yo no estoy segura de querer ser perdonada».

El Brexit se ha convertido en un culebrón no menos florido que la vida íntima del speaker. La política británica ha degenerado en un circo de cuatro pistas, del que por lo visto se marcha ahora uno de sus animadores más pintureros, el europeísta Bercow.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación