Vidas ejemplares

Carreras políticas

Sánchez, como antes Rajoy, ya trota en vídeo por La Moncloa

Luis Ventoso

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Cual adolescentes adeptos a exhibirse en Instagram, la mayoría de los políticos occidentales han comenzado a airear su vida íntima en las redes sociales. Sánchez, al que le gusta más el márketing que un micrófono a Margallo, no podía fallar. Ayer subió un vídeo en el que corretea airoso por los jardines monclovitas. Más tarde hace estiramientos en la columnata de Palacio. Por último, se sienta en la escalinata de recibir a los mandatarios guiris para hacer allí unas tiernas carantoñas a su perrita de aguas, Turca. En realidad estos spots propagandísticos no son nuevos. Hace tres años el anterior inquilino, Rajoy, ya hizo lo propio: divulgó un vídeo de su sesión deportiva y la emisión acababa también con el mandatario acariciando a su can.

Por sus carreras los conoceréis. Sánchez avanza por las sendas monclovitas como en un plano secuencia de «Carros de fuego», gustándose, muy consciente de que está rodando un anuncio. Todo está medido, como el hecho de que casualmente vista una camiseta blanca con una leyenda en catalán que conmemora el aniversario de Barcelona 92 (iluso será si cree que esos pequeños gestos van a granjearle las simpatías de la logia del lacito amarillo). Sánchez va en pantalón corto y calza unas zapatillas niponas Asics, que son estupendas, según he percibido en mis trotes cochineros de mantenimiento.

El vídeo deportivo de Rajoy también lo retrata: glamour más bien cero. Pantalón de chándal largo y abrigoso y un chubasquero soseras, todo de un azul marino muy PP. Las zapatillas son unas Adidas de modelo cauto. Frente al trote ensayado de Sánchez, Mariano avanzaba sin distraerse en poses accesorias y transita a todo meter, como si el mismísimo perro de Baskerville lo estuviese persiguiendo por las frondas de La Moncloa. Ambos presidentes cierran sus vídeos deportivos confraternizando con sus perros. Pero mientras Sánchez elige la informalidad de las escaleras y una perrilla de lanitas de diseño, a la que sonríe con fotogenia, Mariano se sienta en un banco público de los de siempre y acaricia con compostura y cierta distancia a un beagle clásico, la mascota pertinente para un registrador de Pontevedra.

Hablemos de política. Mariano avanzaba sin garbo, pero al final, con aquella marcheta eléctrica de jubilado acelerado iba bastante rápido y acababa consiguiendo sus metas (datos económicos positivos, que eran lo único que realmente lo motivaba, por ser lo que al final mejora la vida del público). Pedro es lo contrario, un entusiasta del gesto. Mima la estética de la carrera. Trota contemplándose en un espejo invisible. Pero analizándolo bien se intuye que pese a todo el paripé suda poco y avanza todavía menos. Feijóo soñó algún día con ser el siguiente atleta monclovita, pero ayer dio una espantada algo pusilánime y mal explicada (lo del amor al terruño no llega). Con el campo ya despejado para sus intereses, es su enemiga íntima de siempre, Soraya, quien parte con más posibilidades de correr contra Sánchez (salvo que un imprevisto sprint de Casado concluya en sorpresa, como cuando en julio de 2000 ganó el congreso del PSOE cierto ignoto diputado de León).

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