La argentinización

Las malas elecciones políticas pueden atrofiar a los países

Luis Ventoso

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Como casi todos los gallegos tengo un primo que emigró a Argentina. Salió de la aldea de mis abuelos maternos en los años cuarenta del siglo pasado y le fue bien: llegó a Buenos Aires con una maleta de cartón y, merced a su esfuerzo y picardía, acabó siendo dueño de una empresita de autobuses. Como la morriña tira, desde que juntó dinero empezó a volar a Galicia cada verano. Al principio el contraste le resultaba desfavorable. Mucho mejor Argentina. Pero en el curso de su vida adulta ocurrió lo inesperado: en aquel país del que había escapado por pobre empezó a vivirse mejor que en El Dorado americano a donde había emigrado. Hoy, Argentina ocupa el puesto 89 del mundo en PIB per capita. España, el 16.

Asombra repasar los dones de Argentina. Primer productor de soja y girasol (y mate, por supuesto). Una potencia planetaria también en carne, lana, trigo, manzanas, miel, vino... Por si fuese poco, además le tocó la lotería en su subsuelo: petróleo y la tercera mayor reserva de gas. Con semejante riqueza natural, a comienzos del siglo XX se convirtió en uno de los países más prometedores y atrajo a un auténtico éxodo europeo (un crisol de italianos, gallegos y judíos). Buenos Aires ofrecía una vida cultural tan dinámica que semejaba el nuevo París. Todavía hoy se trata de un pueblo muy ilustrado, como refleja la dialéctica prolija -a veces extenuante- de casi todos los argentinos. Sin embargo el país descarriló. Tras la II Guerra Mundial triunfa el peronismo, fenómeno indescifrable para los ajenos, pero que podría resumirse como un populismo nacionalista, de espíritu antiliberal, que predica la Justicia social e instauró una subcultura del subsidio que ha acabado atrofiando al país. El peronismo tuvo varias reencarnaciones y alternó también con dictaduras. La última intentona peronista la protagonizó la demagoga Cristina Fernández, con una corrupción galopante y un discurso autárquico y nacionalista, con gilipolleces como expoliar Repsol-Ypf, asustando así al capital global. En Argentina el soborno está casi institucionalizado, la inseguridad contrasta con la tranquilidad española y casi un cuarto de la población es pobre.

¿Por qué sufre Argentina? Es un país riquísimo, con muchos intelectuales brillantes. ¿Entonces? Sus zozobras son fruto de pésimas elecciones políticas. Nunca se ha afianzado del todo el imperio del Estado de Derecho y ha arraigado el populismo. La anestesia del subsidio justicialista ha calado y además muchas veces la clase gobernante ha sido abiertamente cleptómana (los últimos, los Kirchner). Con esas recetas, el país cae cíclicamente en el coma económico, del que toca salir con tratamientos de choque. Pero en cuanto comienzan a levantar cabeza, vuelta a empezar: gobiernos manirrotos y demagogia barata que acaba arruinando a la nación.

Siento decir que se acumulan los indicios de que España se está argentinizando. Los votos a Podemos fueron una idea funesta y el giro del PSOE hacia el populismo más izquierdista y menos institucional, un virus para nuestra democracia. España es todavía un país fabuloso. Pero ojo: es fácil dejar de serlo.

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