Nacionalistas, hasta con la pandemia

El nacionalismo catalán no abandona su miseria moral ni en tiempos de pandemia. En circunstancias extremas como las actuales cabría confiar en un apartamiento de los instintos de segregación que genera la ideología nacionalista para aceptar la ayuda del Estado. Ni por esas. Después de oscilar entre el rechazo y la aceptación, los dirigentes regionales repudian la intervención del Ejército en Cataluña con tanta temeridad política, porque suya es la decisión, como desprecio a las vidas que la ayuda militar puede preservar. Mientras Gabriel Rufián representa mejor que nadie las reacciones tóxicas del nacionalismo -«normal que haya más tanques que respiradores», dijo ayer en el Congreso-, la Generalitat torpedea otros dos hospitales de campaña montados por el Ejército y la Guardia Civil. Las instalaciones se habían levantado en los municipios de Sabadell y Sant Andreu de la Barca a petición de sus alcaldes. La consejera de Salud ha explicado el freno a estas ayudas de las Fuerzas Armadas con la burda y conocida excusa de «criterios técnicos». El resultado es que estas poblaciones se quedan sin las 350 camas que tendrían ambas instalaciones sanitarias.

Que la obsesión del nacionalismo contra el Estado llegue al extremo de rechazar hospitales de campaña demuestra hasta qué punto sus dirigentes se encuentran más allá del punto de retorno. No es posible el diálogo con ellos, sino una profunda revisión de la respuesta que merecen por parte del Estado. Respuesta que no se puede esperar de Pedro Sánchez, quien traga con estas y cualesquiera otras humillaciones que intentan sus aliados. Mientras la solidaridad se exhibe a lo largo de España con gestos de entrega y sacrificio por parte de sanitarios, militares y policías, el nacionalismo sigue enfermo de egoísmo y odio, aunque eso ponga en riesgo la salud y la vida de los catalanes