28-f: la nostalgia de un éxito

Andalucía tiene un problema de pensamiento estratégico. Ya no puede vivir de la memoria de aquel remoto febrero

Ignacio Camacho

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Andalucía lleva varias décadas viviendo espejada en la memoria de un éxito. El 28-F de 1980 no sólo fue la única oportunidad en que los andaluces se comportaron con conciencia de pueblo, sino que alteró el diseño territorial de la Constitución y forzó en la práctica un cambio de modelo. El equilibrio estructural de la región, su salida del subdesarrollo y el avance de su nivel de vida deben mucho a la lluvia de fondos de cohesión que trajo el ingreso de España en el marco europeo, pero sin la autonomía de primer nivel ganada en aquel referéndum hubiese sido muy difícil que los mecanismos de transferencias internas de renta evitasen la formación de una nación de dos velocidades partida por una brecha de privilegios. Aunque aquel Estado autonómico improvisado o forzado derivase en un descalzaperros de excesos, su paradigma igualitario, que tanto molesta hoy a los nacionalistas periféricos, diversificó la prosperidad en todo el país y permitió su reparto conforme a un patrón razonablemente homogéneo.

Cuatro décadas después, sin embargo, Andalucía sigue sin actualizar aquel proyecto. Su indudable progreso objetivo no ha servido para mejorar en el escalafón nacional de renta, productividad o empleo. En los últimos años se ha roto incluso el impulso cíclico que en épocas de bonanza la empujaba por encima de las medias de crecimiento. Está estancada, en serio riesgo de bloqueo; incluso el largo liderazgo político socialista, el monocultivo de poder que ha funcionado como estabilizador social, ofrece signos acartonados de estrés y agotamiento. La crisis ha mermado los recursos clientelares de distribución de bienestar sobre los que la socialdemocracia había construido un feudo. Susana Díaz ha consumido gran parte de su mandato en la batalla interna del PSOE y se ha debilitado en ella durante demasiado tiempo. La crisis catalana le ha permitido marcar perfil de responsabilidad de Estado y ampliar la distancia con Podemos pero su aire renovador, su apuesta de esperanza y futuro, ha perdido crédito. Quizá aún le alcance para sostener la mermada hegemonía de su partido; otra cosa es que eso permita esperar nada nuevo.

Así las cosas, la comunidad política andaluza ya no puede seguir apelando a la autocomplaciente evocación del 28-F como argumento. Está muy lejos y la sociedad posmoderna no vive de recuerdos. El agravio comparativo tiene un recorrido limitado cuya prolongación conduce al ensimismamiento. Esta época requiere de estímulos frescos, de iniciativas que sacudan el marasmo e inyecten energía, dinamismo y aliento. La alternativa de poder ya no es una utopía pero la atonía socioeconómica, el trantrán conformista, no se va a resolver sólo con un relevo de gobierno. El problema es de ideas, de confianza colectiva , de pensamiento estratégico. A estas alturas y a esos efectos de nada sirve anclarse en la nostalgia de aquel remoto febrero.

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